Por Mario Zaldívar

EL JORNAL LITERARIO les trae un artículo exquisito de Mario Zaldívar, en el que hace un balance de sus aportes y su paso por Costa Rica, oportunidad en que pudo haber entregado tres composiciones a un intérprete nacional

(MIÉRCOLES 20 DE ENERO, 2021-EL JORNAL). Los viejos compositores mexicanos como Agustín Lara, son producto del Modernismo, esa corriente literaria que alcanzó su más alto vuelo con Rubén Darío, Amado Nervo, Díaz Mirón, Leopoldo Lugones y otros.

Lara fue un maestro en el uso de la metáfora, en la imposición del adjetivo imprevisto y acertado, pero sobre todo fue un genio en el manejo de la melodía, la gran diosa de la buena música.

Con otros estilos lo siguieron muy de cerca Gonzalo Curiel, Álvaro Carrillo, Gabriel Ruiz, los hermanos Domínguez, María Grever y Consuelo Velázquez, para citar solo a los más conocidos. Todos ellos destacaron básicamente en el bolero, el género de moda en aquella época.

El gran heredero de la composición romántica de la música popular mexicana es Armando Manzanero, pero con otra visión, otro estilo y otras herramientas musicales. Manzanero fue más afín a la balada que al bolero, menos arriesgado que Lara en la proposición de giros literarios sorprendes; su posición fue la de un compositor de letras sencillas pero cercanas al sentimiento del gran público.

Es imposible encontrar en la producción de Manzanero una frase como El hastío es pavo real que se aburre en la luz de la tarde o Blanco diván de tul aguardará tu exquisito abandono de mujer, ambas de Lara. Manzanero fue más directo y en lugar de la primera dijo: “Esta tarde vi llover / vi gente correr y no estabas tú”.

 En relación con la segunda sentenció: “Voy a apagar la luz para pensar en ti”. La estructura, el vocabulario, la adjetivación y el contenido de ambas propuestas son totalmente diferentes; sin embargo, la presencia del genio marca cada una de ellas dentro de una línea melódica de altísimo valor en uno y otro.

Las semejanzas entre Lara y Manzanero tienen que ver más con la profesión de pianistas, la vocación poética, la destreza en el manejo de la melodía y la mala voz.

En relación con esto último, queda el consuelo de que son contados los artistas con elevadísima inspiración y buena voz: Daniel Santos en el bolero, Carlos Gardel en el tango, Alberto Cortéz en la balada y José Alfredo Jiménez en las rancheras. Desde luego, estas son consideraciones muy personales. A pesar de las limitaciones, Manzanero se atrevió a grabar y hasta disfrutaba de ello.

Lara también lo hizo y en hora buena porque esas grabaciones son joyas de la música popular. En cambio, un gigante del bolero no tuvo el coraje de hacerlo y los melómanos nos quedamos sin la voz de Gonzalo Curiel, el autor de “Vereda tropical” y otros temas inmortales. Hoy sería un verdadero hallazgo encontrar grabaciones de María Grever, esa voz que no conocemos, o de Ema Elena Valdelamar. En resumen, Armando Manzanero se formó como pianista, se consagró como compositor y se divirtió como cantante.

Armando Manzanero, como reseña el autor, no tenía una gran voz.

LAS COMPOSICIONES

Alcanzar la gloria como compositor de música popular es matar dos veces al dragón, pues los cantantes lo matan solo una vez. El compositor debe vencer a la competencia y también a las amenazas del anonimato, que suele tener socios muy fuertes en las casas disqueras, en los libros de historia de la música y en los medios de difusión.

En general, la gente canta la canción sin saber quién la hizo, el cantante la interpreta sin decir quién la compuso y el bailarín la disfruta sin pensar en el autor. Durante décadas el compositor recibió migajas de su producción, hasta que las leyes de derechos de autor hicieron justicia con su oficio, de modo que sobresalir en esta profesión fue una labor titánica, que triunfó gracias al talento de ciertos individuos como Armando Manzanero.

De muchas formas, nuestra generación ha tenido el privilegio de ser contemporánea de un compositor de la talla de Armando Manzanero, como nuestros abuelos tuvieron a Agustín Lara y nuestros padres a María Grever. Nuestro vocabulario romántico, nuestros recursos de conquista y nuestra forma de bailar están íntimamente ligadas a la música de Armando Manzanero y en términos de éxitos y fracasos sentimentales, la deuda con este compositor yucateco es inmensa.

Las canciones “Yo te propongo”, “Huele a peligro”, “Adoro” y “Yo sé que te amo” son poemas para iniciar una conquista. Los temas “Somos novios”, “Tengo”, “Contigo aprendí” y “Cuando estoy contigo” funcionan como elementos contundentes para reafirmar lo conquistado.

Cuando la relación se ha roto, conviene acudir a ciertos mensajes para recomponer las relaciones: “Todavía”, “Te extraño”, “Voy a apagar la luz”, “Esta tarde vi llover”, “Esperaré” y “No sé tú”. Todas estas canciones ayudan a recuperar lo momentáneamente perdido. Pero cuando el amor se acabó para siempre y solo quedan despecho y revancha, vienen a la mente las letras hirientes de “Llévatela”, “No”, “Mía”, “Aquel señor” y ese grito desgarrado del amante inconsolable…”Como yo te amé”.

Sin alardes de gran poeta, con letras sencillas, Armando Manzanero nos acompaña por todas las etapas emocionales de nuestra vida, como un buen consejero que nos indica el camino a seguir, como el buen psicólogo que nos escucha al otro lado del escritorio y nos receta insistir o desistir, pero lo hace con las buenas maneras de un hombre que ha pasado por todas las turbulencias amorosas de este mundo. Esa es nuestra deuda con los grandes compositores de boleros y baladas.

MANZANERO EN COSTA RICA

 A principios de los años sesenta, Armando Manzanero vino a Costa Rica como pianista de la cantante de moda, Angélica María. Manzanero ya había acompañado en México a Lucho Gatica, a Luis Demetrio, al dúo Carmela y Rafael y a Daniel Riolobos.

Como compositor era un ilustre desconocido. Con Angélica María se presentó en la Filial del Club Sport Herediano, un salón de baile ubicado en la avenida Segunda. En esa ocasión alternaron con un grupo musical de la casa, encargado de la actividad bailable. El cantante de ese conjunto era Fernando González, un intérprete que se acomodaba a cualquier agrupación porque dominaba diversos ritmos y sabía de memoria un amplio repertorio de canciones.

En el descanso – me contó González antes de morir – Manzanero lo invitó a tomar un trago en la acera de enfrente, donde estuvo mucho tiempo el establecimiento La Terraza. Ahí el compositor mexicano le entregó dos o tres composiciones de su inspiración, que a la fecha nadie había grabado, para que él lo hiciera en Costa Rica.

Pasados algunos días, Fernando González botó los papeles y se olvidó del asunto. Quizás en aquel momento aciago, había tirado al cajón de la basura “Voy a apagar la luz”, “Esta tarde vi llover”, “Somos novios” o “Contigo aprendí”, las primeras composiciones de este autor inmortal.

Manzanero volvió a nuestro país en septiembre de 1968, ya como un compositor famoso en todo el planeta. En esa ocasión se presentó en el Costa Rica Tennis Club, alternando con los conjuntos de Solón Sirias y Sus Diamantes. Después retornó muchas veces, incluso cantó ese hermoso bolero nacional “He guardado”.

Será recordado por sus poéticas composiciones.

 

*El autor es escritor, ensayista, Premio Nacional de Novela e investigador de la música popular costarricense y latinoamericana. 

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