Inicio EL JORNAL LITERARIO La incubación...

La incubación de las mafias

Las prebendas de los partidos, el oportunismo, los trepadores: todo ello presagia el advenimiento de la cosa nostra

Marlon Brando en El Padrino, de Francis Ford Coppola y Mario Puzo.

 

Carlos Morales*

Ya van a ser cincuenta años desde que mi mejor amigo de la adolescencia me invitó a visitar el galerón de su Partido para que nos dieran “el carné de la juventud”.

En un segundo piso del Manchester bar, en Guadalupe, estaban regalando artículos muy coquetos para los futuros votantes de nuestra patria. Obsequiaban banderitas de colores, pitos, viseras, pañoletas con la insignia del Partido y botoncitos de lata con la efigie del candidato.

Yo –acostumbrado a ir con mis amigos hasta la fosa, pero jamás a enterrarme con ellos– subí las gradas con cierto miedo y vi con no poca envidia, cómo mi compañero militante se llenaba de banderas, gorras y colgantes alusivos a las siguientes elecciones de 1966, en las que ninguno de los dos éramos comida de trompudo, pues no teníamos la edad cumplida, aunque ya podíamos hacer suficiente bulla, engatuzar incautos hasta la urna (¿o trampa?) y repartir sánguches de mortadela al ritmo de “tengo las manos limpias”, “yo también voy con él” o cualquier vaina de esas que ahora no recuerdo.

Me amarré las ganas fetichistas y me resistí a firmar lista de adhesiones a cambio de chucherías. Pero, en febrero fue mucho más doloroso, porque no solo no tenía cornetas, ni gorras, ni banderines, sino que tenía que ver a mis coetáneos desde la otra acera de la votación, pues yo no tenía ni edad, ni partido… Ni amigos con quienes jugar a la política… Las mejores chiquillas correteaban con pantaloncitos verdiblancos y yo, más solo que un lagarto bajo el tembeleque puente del Torres.

Me quedé sin Partido para siempre, y hoy, en la cuesta de los sesenta, pienso que no fue tan mala decisión.

En más de cuarenta años de bregar con el periodismo por todos los ámbitos que imaginar se pueda, alcancé a ver cómo aquellos prosélitos de carné (entonces no se les llamaba militantes) iban ascendiendo, de cargo en cargo, por la administración pública, o, de rango en rango, por las embajadas, o se balanceaban de estas a un ministerio, a una “ong”, a una consultoría, o atrapaban su añorada curul de diputados. Vi cómo se construía eso que hoy denominan “la clase política”.

Figuraban a menudo en las páginas de los diarios, y hasta en la tele, pero yo, que los conocía, nunca había sospechado que fueran inteligentes, y por eso, más bien me admiraba su capacidad gatuna para aterrizar de pie aun cayendo de un sexto piso. Muchas veces lo que hacían era pegar banderas durante la campaña,  poner plata para los tragos o adular al candidato en las giras de provincia. Típica labor del partiquino, que no requiere mayor esfuerzo ni de muchas neuronas para cumplirla.

A un hermano de mi amigo, que estaba en el partido mayoritario, un colega de la medicina le dijo que “¿por qué no se pasaba al PUSC, donde había menos candidatos para las vacantes y así tendría más oportunidad de ser ministro o diputado?; pues si no, nunca iba a agarrar ni m…”. El joven –de puro ingenuo– le replicó que le interesaba la carrera de servicio médico y no la trepadera de los vivillos.

Aquel galeno escalador, que en solo veinte años fue diputado, regidor, ministro y gerente de instituciones autónomas, está hoy preso en La Reforma. Y no llegó a Presidente, porque lo desenmascaró algún periodista de la vieja guardia o algún adversario de su calaña que también pretendía un jugoso “a$¢enso”. Y quien sabe si, llegando a Presidente, no lo guardan también por pillo… Porque casos se han dado.

Cuando acudíamos a gestionar aquel cartoncito con foto, mi amigo y yo éramos los activistas más inquietos del cantón, del liceo y de cuanto movimiento voluntario se creara. Fundamos y atendíamos en persona una biblioteca de servicio público, dirigíamos el periódico estudiantil, presidíamos el Club Cívico, animábamos una tertulia cultural con revista literaria y todo, izábamos todos los lunes la bandera y la arriábamos casi solos a las cinco de la tarde. Yo tocaba el clarín, porque el trompetista casi nunca llegaba. Nos inscribimos en la banda del Cole, en la escolta, en el club de teatro, en el equipo de fútbol y en fin, dábamos nuestro aporte en todo lo que sirviera a la comunidad… La idea misma de obtener el carné era para seguir esa vocación de servicio, inculcada por padres y maestros que nos repetían hasta la saciedad lo que hicieron los próceres de la República: Santamaría, don Juanito, don Braulio, don Bernardo, don Ricardo, don Otilio… Todos los que sacrificaron tiempo, hacienda y vida  para servir a la causa de la nación.

Pero yo, en aquel galerón partidario, hace ya medio siglo, presentí que obtener la credencial no era una condición segura para la prestación de servicios y, por si las dudas, mejor me abstuve y me perdí por eso muchas fiestas… Supongo que me perdí ampulosos  carnavales, con serpentinas y pitoretas.

Tiempo después, en el camino, logré ver a los de la clase política envenenándose entre ellos, acuchillándose por la espalda para atrapar una silla de mando y claro, predicando lo que no practicaban. Casi todos tenían bisagra en la nuca y muchos, hipócritas de profesión y con antecedentes penales, gastaban más rodillas que zapatos. No requerían gran talento para alcanzar los altos cargos, y más bien el cociente de inteligencia solía ser una desventaja y hasta un grave peligro contra su propia lactancia en la burocracia. Pasaron los años y la mediocridad se entronizó en casi todo el Estado. En el inefable Poder Judicial, a una magistrada la identifican como la 666, y no les voy a decir por qué, pero, para que entiendan,  hay un diputado al que le dicen el 667, porque la supera en atributos.

Lo inteligente en la clase política, en las instituciones del gobierno, no es ser inteligente, sino lo contrario: ser baboso pero disimulado. Ver para el otro lado y callar, cuando están sacrificando a alguien, y estar listo para sacrificarlo si es que algún jerarca lo pide o tan siquiera lo sueña. “Visión de oportunidad”, le llaman a eso.

Así llegaron hasta la tele encorbatados de curul que estafan y extorsionan a trochemoche, gobernantes coimeros que no sienten vergüenza de salir a la calle, candidatos estafadores que viven de  facturas falsas cargadas a la deuda política, diputadas con avioneta oficial en el parqueo de la casa, ministros y jueces con almuerzos y contratos pantagruélicos, cobradores de impuestos que no pagan los suyos y, en fin, toda una red de trepadores, cínicos y vividores que han hecho de la política un verdadero chiquero, pero también su modus vivendi.

La política, la que alguna vez imaginamos de púberes  como la herramienta ideal para prohijar el bien común, pues según Aristóteles es la más noble de las ocupaciones humanas, había sido convertida en un tianguis, donde los politiqueros se atropellaban para rebuscar algo. Una auténtica pocilga a la que los ciudadanos nobles empezaron a negarse y en la que sus antípodas chupópteros, enquistados a pura maña, acabaron por desprestigiarse, por ser vistos como una argolla o tal vez como mafia en ciernes.

La corrupción se ha ido tragando todo nuestro entorno y, como atmósfera de pestilencia, ha envuelto la vida diaria y barrido los cánones éticos y morales. Un examigo marxista, predicaba que “ella era inherente al capitalismo y que por eso había que aprovecharla, para beneficiarse y hacerle daño al sistema”, y en un simposio sobre la materia en la Universidad de Costa Rica, en 2005, el catedrático Juan Marcos Rivero se dejó decir que “la administración de justicia es cara, atascada, inhumana y corrupta” y lo explicó con lujo de detalles (SU 19-5-05).  El licenciado Juan Diego Castro –por su parte– lleva décadas con el mismo dicho. No comprendo cómo sobrevive.

Ahora, frente a la pregunta de qué va a pasar con este país en tan triste ruta de descomposición, a mí lo que se me ocurre es compararlo con la Sicilia finisecular del XIX, la de Palizzolo, los Florio, los Siino, los Franca y los Noto, cuando la crisis económica, la ingobernabilidad y la fragmentación partidista desembocó en múltiples intereses y sectas que empezaron a disputarse el pastel a sangre y fuego (allá eran los viñedos, los olivares y los limoneros) hasta armarse y corromperse absolutamente para tratar de seguir vivos.

Así empezó la mafia (término genérico para reconocer muchas cosche o sectas) que se disputaban el poder en los diversos territorios de la isla italiana y algunas veces en el Quirinale. Aquí, por las prebendas que se otorgan y los proteccionismos que estas generan, no sería extraño que estemos cebando un nuevo tipo de cosa nostra.

La mafia tiene como característica que maneja un doble discurso y carece de escrúpulos, se hace llamar honorable y sustenta en los ritos del honor su brutal criminalidad; no tiene ideas políticas rectoras, solo tiene tácticas y su principal valor es el oportunismo. Cuando en un Estado reina la estafa de la clase política (secta con poder) surge la vendetta de las otras cosche o fascios, sobrevienen los fratuzzi (hermandad), se imponen el caos administrativo y la ley del Talión, aparecen las drogas y las armas, se vuelven necesarios los gabelloti que venden protección, lo ilícito parece normal y estamos entonces ante una sociedad en la que imperan las diversas fuerzas del crimen organizado.

No digo que estemos ya en esa etapa de madurez siciliana, pero el panorama es muy oscuro y el futuro pinta mafioso.

Lo único bueno de todo este cuento es que mi amigo, el militante de la gorrita, después de un par de campañas, de esas con millonaria deuda política, también rompió el cartoncito y ahora se dedica a plantar hidroponía.

Para mi es un gustazo, porque así seguirá siendo mi amigo; pero para la Patria que soñábamos juntos allá por el Torres, no veo nada bueno en que este cuadro se repita.

Y sobre todo, que se repita tanto.

 

*Escritor y periodista. Visite su página web en: www.carlosmorales.com

.

Artículo anteriorSigue sin esclarecerse robo de ¢33 millones en municipio de Aserrí
Artículo siguienteLa decisión más importante

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí