(VIERNES 30 DE OCTUBRE, 2020-EL JORNAL). La tradición de las mascaradas se remonta al Cartago colonial, específicamente cuando las comunidades se reunían en las festividades taurinas donde se mostraban personajes tradicionales.
El 31 de octubre de 1996, por iniciativa del Comité de Cultura Aqueserrí, del cantón de Aserrí y de artesanos locales, se organizó un pasacalles de mascaradas tradicionales por las principales vías de este cantón.
El objetivo de esta actividad era contrarrestar otro tipo de festejos ajenos a la cultura costarricense, como lo es la celebración de Halloween, además de reforzar el sentido de identidad del pueblo, aprovechando que es frecuente representar en los mantudos a distintos espectros de las leyendas costarricenses.
Al año siguiente, en 1997, el gobierno aprobó mediante Decreto Ejecutivo N° 25724, el que se declarara el 31 de Octubre Día Nacional de la Mascarada Tradicional Costarricense, con el objetivo primordial de promover el conocimiento de las diferentes manifestaciones culturales existentes en el país, como un aporte dirigido a recuperar y consolidar la identidad cultural del ser costarricense.
El Diablo, la Muerte, La Segua, La Llorona, La Giganta, El Polizonte, La Chingoleta, El Padre sin Cabeza y demás personajes propios de la mascarada tradicional costarricense, son una parte importante de las costumbres más arraigadas, porque tanto la elaboración como el desfile de las mismas, permiten la expresión de tradiciones antiquísimas y ponen de manifiesto el talento creativo de nuestros artesanos.
La práctica de las Mascaradas del Valle Central parece ser un producto de la influencia de las prácticas festivas coloniales.
Su nacimiento en la Puebla de Cartago, su vitalidad y permanencia en comunidades con larga historia colonial y presencia indígena– la acerca a otras prácticas festivas de otros centros indígenas del país–, manifiestan el carácter sincrético y pluricultural de su origen.
Vinculado sus orígenes a los turnos, que constituían una feria comercial que se organizaba en relación con las fiestas del Santo Patrón en los pueblos de Costa Rica y se realizaba con el fin de recolectar recursos económicos para sufragar gastos del pueblo.
En medio del trueno de las bombetas y del estruendo de la música de cimarrona, las actividades religiosas se alternaban con la algarabía de las mascaradas, durante las cuales los payasos perseguían a niños y grandes con chilillos.
Estas fiestas tuvieron su origen en algunos pueblos de Cartago, Barva, Aserrí y Escazú.
La participación de la comunidad siempre fue muy viva, y hago un llamado a preservar y a rescatar nuestras costumbres y tradiciones costarricenses.