Carlos Morales*

(JUEVES 16 DE JUNIO -2022- EL JORNAL). Los hombres de mi generación, que hace rato peinamos canas, crecimos en un ambiente claramente machista, y no podemos sacarnos de encima ese lastre de orígenes antediluvianos y gorilescos. Es casi genético.

Sin embargo, también aprendimos con nuestros padres, que la mujer es un ser más fino, más dulce, más bello, y físicamente menos desarrollado que el varón, por lo que no deberíamos tocarla “ni con el pétalo de una rosa”, según la frase que nos inculcaron desde niños.

Si bien aquella cultura machista nos modeló a golpes, también –en el espejo de la madre– aprendimos a amarlas, a respetarlas y, sobre todo, a no agredirlas, porque eso constituye un acto demasiado cobarde, y diré mejor: demasiado bestial, cuando se actúa con premeditación, ventaja y alevosía.

De güila, sin poder hacer nada, vi algunos matones atentar contra sus mujeres, y de allí que, en mi condición de adulto, siento profunda vergüenza del género, y me sube una ola de rabia interna cada vez que observo por la prensa, que un hombre ha golpeado o, peor, a asesinado a una mujer.

Es uno de los hechos más sucios en que puede incurrir la población varonil, una acción detestable que implica desprecio por la vida y falta de autocontrol para comprender que a un ser más débil (aunque sea sólo en lo muscular) hay que respetarlo, tratarlo con cautela,  para no incurrir en esa bajeza estúpida del feminicidio que denigra a todos los hombres y nos revierte a los tiempos de Cro-magnon. Porque cada crimen contra la mujer nos hunde en la caverna de lo salvaje.

Me hierve la sangre cuando veo cómo se repiten esos actos en un país que desconozco y por obra de unos machos cabríos que aborrezco.

No soy un sujeto inhibido, ni mohíno ni culindinguis, ni controlado, a la larga todo lo contrario; pero frente a esos ataques de furia salvaje, de un varón contra una mujer –generalmente indefensa– vienen a mi mente los peores castigos que ni la Inquisición hubiera imaginado.

Emito este desahogo, a propósito de María Luisa Cedeño, Francella Martínez, Rosibel Picado, Seylin Cabezas, Paula Vargas, Maritza Vargas, Mariana Leiva, Yarissa Ramírez, que son las víctimas más recientes de las 400 mujeres que, desde 2007, fueron  aniquiladas por las bestias masculinas y, con la esperanza –casi perdida– de que algunos de mis congéneres se sientan conmovidos frente a actos tan infames que nos envilecen a todos.

Es lo único que puedo hacer con esta única arma que poseo (la pluma), aunque bien sé que es un problema de educación que nos llevará mucho tiempo desintoxicar, y por eso precisan muchas quejas como la presente.

Los masculinos tenemos que gritar, y es lo mínimo que podemos hacer por ellas. Por supuesto que también debemos hacer todo lo máximo que se requiera para defenderlas del homus savage.

*Escritor y periodista.

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