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Manual del perfecto fracaso

En la UNCAF, Costa Rica salió muy mal parada.

 

Rafael A. Ugalde Quirós*

A veces la vida da lecciones a quienes dicen verdades a medias. A quienes dicen que trabajan por el país o el fútbol, y los hechos terminan avergonzándolos.

El cuarto lugar alcanzado a duras penas en el campeonato de la UNCAF en Panamá, solo por encima de Nicaragua y Belice, es eso: el fruto del trabajo de nuestra dirigencia .

El “famoso” certamen de la UNCAF es el peor del mundo. No tiene comparación ni siquiera con los campeonatitos filipino o la isla Salomón.

Pero don Óscar Ramírez, entrenador de los muchachos que llevó  a Panamá, saca sesudas conclusiones que solo el grupo cercano a él y  la Federación comparten.

Que el cuarto lugar alcanzado UNCAF sirvió para “probar figuras”, que lo “importante es la clasificación al Mundial de Rusia 2018”, que “el fútbol en Nicaragua y Belice evolucionó” en los últimos años, que bla bla bla…

Con esta filosofía sobre el fútbol y la organización de este deporte en Costa Rica, ¿a qué vamos a Rusia 2018, si clasificamos? A lo mismo de antes de Brasil 2014: a participar como comparsa, como seleccionado animador de un Mundial; jamás a competir y a ver qué sale.

Rodolfo Villalobos, presidente de la FEDEFUTBOL, así como la dirigencia en general del  balompié nacional, son de memoria corta: olvidaron que en Panamá competió un octavo lugar en el mundo y el primer lugar  en las eliminatorias por la CONCACAF para Rusia.

Los “craks”  de este “monstruo” del balompié regional solo rindieron un 40%, con un esquema táctico donde predominaron los volantes defensivos y un fútbol, en general, soso, telegrafiado, sin ideas y sin ganas.

La cintura de la selección estaba más preocupada por ver jugar la defensa nacional- contra Nicaragua conté 10 jugadas hacia atrás- que por poner a trabajar a nuestros delanteros.

 Tal vez de toda esta camada de estrellas es rescatable el trabajo de los tres porteros, de Johan Venegas y José Guillermo Ortiz, no tanto por su dechado de juego, sino por las ganas que pusieron en los diferentes compromisos.

Rescatable también es el trofeo alcanzado por el juego limpio y el sobrado primer lugar por lucir la camiseta a raya cruzada, a mi juicio, de gran mal gusto.

Uno a veces piensa que la vida es el juez inexorable que jamás perdona. Eduardo Li, en la práctica, mandó a su casa al hoy entrenador de Honduras, al colombiano Jorge Luis Pinto, por “peleón” y por incómodo.

Hoy el colombiano pelea por una clasificación para el Mundial de Rusia con un seleccionado que nos dará guerra para 2022 y obtuvo resultados buenos en los recientes juegos olímpicos de Brasil, donde de paso, brillamos por nuestra ausencia.

Li bebe de la copa amarga,  allá en la tierra de Trump; mientras Pinto alzó el copón de la UNCAF. La vida, de verdad, no perdona; aunque esto a muchos periodistas de televisión les produzca escozor.

 

Periodista, abogado y notario UCR

 

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