Tercera entrega, de la ya exitosa serie, Las Cartas de Carmen

Entrega uno: A una gran Amiga   Entrega dos: Un amor imposible

(JUEVES 15 DE DICIEMBRE 2022-EL JORNAL). Usted me pide que le hable de Amelia, ¿será porque llegan a su memoria momentos que compartió con ella en alguna etapa de su vida ?  

Pues bien, aquí vamos con algo de ella digno de recordar, porque nunca falta alguien que nos trata de minimizar o cortar nuestras alas, pero también existen mujeres fuertes y valientes que a pesar de los obstáculos luchan por vivir sus momentos, esos espacios que añoran y le pertenecen porque son solo suyos.

Amelia era una mujer bonita. coqueta y elegante, alta. delgada, piel morena, de grandes ojos negros y cabello rizado color castaños, nació en el año 1938, sus padres la trajeron muy niña de España, se casó a los 15 años con un empresario cafetalero y fue madre de 10 hijos.

Vivían en el campo en una casa de madera resguardada por un gran corredor en todo su alrededor, el cual se convertía en las tardes lluviosa en espacio para juego de sus niños y lugar de conversación con su esposo, mientras disfrutaban una taza de café.

Su esposo la amaba y la consentía, trataba de complacerla en todo y era feliz a su lado, pero se sentía presa de los pensamientos y actitudes de su marido. Amelia sentía que el tiempo pasaba demasiado rápido y ella quería vivir experiencias diferentes. Le faltaba alegría y pasión a su vida cotidiana. De repente, corría los muebles de la sala, se soltaba el cabello, empezaba a tararear sus tonadas y con sus pies descalzos danzaba sin parar.  Su esposo le decía: Mely: – No hagas eso – Usted es una mujer casada y decente, eso se queda para las mujeres de la calle que quieren provocar a los hombres.

Ella solo lo miraba, le sonreía y seguía danzando.

Una mañana soleada, después de que su esposo se fue a cumplir con sus quehaceres y sus hijos se fueron a la escuela, Amelia tomó un sendero que conducía a una montaña y se conectó con un leve sonido musical que la llevo hasta la cima donde esperaba un muchacho acariciando las cuerdas de su guitarra. Se llamaba Juan, quien vivía en una Choza construida por sus propias manos, en ella guardaba sus instrumentos musicales y fuera de ella, la sombra de un árbol, se convertía en el lugar de su inspiración y comunicación con su espíritu interior y la naturaleza.  

Él la miro  y siguió su tonada y cantando. Entonces, Amelia danzó, girando alegremente sobre el césped, abriendo sus brazos y mirando al cielo, elegante y esbelta, como simulando el vuelo de un cisne blanco.

Amelia, a partir de aquel día, el viaje a la montaña formó parte de su vida. Ahí la esperaba el muchacho de la guitarra, el viento, la música y el canto que la invitaba a danzar tan alto que logró tocar el cielo, hasta que el tiempo se detuvo, mientras Juan continuó con su tonada.

Entrega uno: A una gran Amiga   Entrega dos: Un amor imposible

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