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A Rosita

Mi querida amiga, revisando un álbum me encontré una foto de Rosita, aquella mujer valiente que después de 40 años recuperó su amor.

Rosita, una muchacha de 15 años, de tes blanca. delgada, de mediana estatura, ojos claros, cabello castaño y lacio, estudiante del Colegio Superior de Señoritas perteneciente a una de las familias más encopetadas de San José; desde niña fue sentenciada por su madre a tener buen comportamiento, cuidando cualquier comentario que pusiera en juego su virginidad para que el afortunado que la llevaría al altar se sintiera orgulloso al ser el primer hombre en su vida.

Rosita y su grupo de compañeras confidentes compartían conversaciones eróticas y relatos de parejas que se las arreglaban para pasar ratos juntas en escondites de los jardines de la casa o en el mejor de los casos en la recámara de la muchacha, mientras sus padres se encontraban de viaje y ella se quedaba al cuidado de la empleada.

Un acontecimiento que despertó aún más sus deseos de compartir su intimidad con Javier, estudiante del Liceo de Costa Rica, de quien estaba enamorada, fue la descripción de una noche de amor de una supuesta prima de su compañera Lorena , quien logró convencer a sus padres para que le permitieran acompañar a unas amigas a pagar una promesa a la Virgen de Los Ángeles y de paso ella, como fiel devota, le pediría a la virgencita por la salud de la familia y ayuda para continuar con su pureza y de paso recoger agua bendita en la fuente milagrosa para tener en casa por aquello de los malos espíritus.

Resulta que la astuta niña coordinó la supuesta caminata con su novio anónimo, no sin antes ponerse de acuerdo con sus amigas que efectivamente iban de romería y le ayudarían siempre y cuando las hiciera partícipe de todos los acontecimientos con lujo de detalle y así fue como terminaron en casa de la tía del muchachito, que esa noche precisamente estaba a cargo del cuido porque su tía también andaba pagando promesas a la virgen.

Esta anécdota  motivó a Rosita, quien  junto a Javier programaron sus  encuentros fugaces y pasionales  aprovechando las labores cotidianas de su familia .En su casa, mientras su madre compartía chismes de barrio, juego de canasta y tomaba el té con sus amigas,  ella en su habitación disfrutaba las travesuras, detalles sensuales y juegos amorosos característicos de adolescentes, terminando pocos meses después en un embarazo que le ocasionó el traslado a la finca de su abuelo en el interior del país, justificando frente a familiares y amigos su ausencia con una supuesta salida del país por un período de un año, sin dar oportunidad a la enamorada de despedirse e  informar al futuro padre del hijo que esperaba.

En cuanto el niño nació, la familia se las agenció para inscribirlo como el hermanito menor de Rosita, la cual adquirió el compromiso de mantener el secreto y colaborar  como secretaria en la empresa de su padre, lugar donde conoció a su pretendiente, Fernando, 10 años mayor que ella, soltero, de estatura mediana, ojos negros, descendiente de familia de empresarios cafetaleros, situación relevante para la familia; por lo que apresuraron la boda, aun a sabiendas de que el fulano tenía fama de ser un don Juan dispuesto siempre a conquistar a cuanta dama se encontrara en su camino.

La boda se celebró con bombos y platillos y finalizó con una noche de bodas cargada de llanto y dolor, dando inicio a un ciclo de violencia psicológica que terminó cuando acabó el matrimonio, ya que Fernando, hombre de gran experiencia, se sintió engañado al descubrir  que su esposa no era la  virgen pura y casta que él esperaba, convirtiéndola de esta manera en la esposa abnegada sometida y dependiente de su marido, atendiendo siempre  a sus amigos en las noches de whiskies en el bar de su casa.

LA APARICIÓN DE LUIS

Entre ellos se encontraba Luis, el mejor amigo de Fernando, quien no faltaba nunca a esa reunión social e intercambiaba miradas con Rosita, que podrían calificarse como miradas cargadas de erotismo y deseos; comunicación visual que los llevó poco a poco a convertirse en los mejores amantes sin ser descubiertos, porque Luis, como mejor amigo de su esposo, conocía mejor que ella cada uno de sus movimientos. 

Fueron felices amigos, amantes y confidentes:  él  se esforzaba por hacer feliz a esa mujer que tanto admiraba amaba y  a su lado Rosita recuperó su autoestima,  alejándose cada día más de su esposo y lamentaba no tener de cerca a su hijo.

Pero para su mala suerte, ocho años después, Luis murió en un trágico accidente y ella enfrentó el dolor abandonando a su esposo para siempre.

Con sus ahorros y ayuda de sus padres, se instaló en un apartamento que le permitía acercarse cada día más a su hijo, y aunque habían transcurrido 40 años, empezó a contactar a sus compañeritas confidentes del Liceo, invitándolas a compartir tardes de café, todo con la esperanza de reencontrar a Javier, su dulce amor de adolescente, acontecimiento que sucedió tres meses después, con la sorpresa de que era un hombre libre y solitario en busca de compañía.

Tal vez, Javier al igual que ella, nunca la olvidó, pero al igual que ella, le faltó valor para recuperarla, pero como el amor no tiene edad, hoy a sus 75 años disfrutan juntos mirar el ocaso al final del horizonte, sin lamentar lo que hubiera sido de sus vidas juntos con un hijo que nunca los conoció.

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