(VIERNES 01 DE ENERO, 2021-EL JORNAL). Nuevo año gregoriano; nuevos bríos. Al menos debería ser la máxima para el 2021, que pinta como un periodo de 365 días un poco loco, pues la humanidad buscará reposo, tras gambetear el Covid 19, y el mundo presentando grandes descubrimientos científicos, intentos de cambios de sistemas en todos los continentes, cuestionamientos a quienes pensaban nos gobernaban y enfrentamientos entre bloques bastante esquizofrénicos.
¿Y por qué año nuevo gregoriano? Sencillo: nuestra pedantería como “civilización” llega a tales niveles que desconocemos de un plunazo otras culturas, con otros calendarios y otras fechas para el “año nuevo”.
Por semejantes jaranas la pandemia nos golpeó en lo más íntimo; no importa si se es “Dios de la salud”, economista fundamentalista o no, jurista pusilánime o apegado a nobles ideales, párvulo o veterano consolidado en la administración del negocio llamado gobernante, diputado, alcalde, etc.
La experiencia global nos puso contra la pared en torno a simples detalles que habíamos olvidado como si éramos hijos, padres, abuelos, amigos de oficina o simplemente vecinos del de la par.
De pronto nos dimos cuenta de que la fiesta se detuvo y el vehículo con que alardeábamos en el barrio de nada servía. La consola o el bar doméstico que compramos a cómodas cuotas mensuales nos estorbaban, luego de 15 días de encierro. En fin: todo aquello que desde la escuela o la universidad nos enseñaron para vivir la fiestita no servían para un carajo, frente al arte de respirar aire puro con un familiar, un amigo, una novia, ver una montaña, soñar con el ruido del mar, etc.
Consecuencia de todo lo anterior, 2020 nos enseñó que jaranas son jaranas, y tarde o temprano los efectos de éstas nos ponen en vergüenza. España y Gran Bretaña –-me niego a llamarles gobierno a los primeros ministros español e inglés como tales, porque allí sigue gobernando una especie parasitaria de la Edad Media– cerraron fronteras de nuevo, luego de festejar en supermercados, con bombos y platillos la supuesta victoria sobre la “cositica” esa que no se ve a simple vista y que han dado en llamar coronavirus.
El gobierno de la primera potencia política y militar del orbe, mediante las cadenas de noticias que nos “masajean” todos los días, informaron de que era cuestión de un par de semanas para tener vacunados a 20 millones de estadounidenses. Nos alegramos porque si hay un pueblo que ha sufrido con la pandemia, ese es el norteamericano (como en todo el mundo, el pueblo pagó los platos rotos), pues más de 40 millones no tienen seguridad social, ya que la salud allí es un multibillonario negocio, por lo que no sería raro obligaran al resto de los países a seguir su modelo, a fin de no quedarse solos por el ridículo experimentado.
Sin embargo, la versión cambiada que nos divulgaron hace cuestión de horas es que hubo inoculación solo para dos millones de personas por problemas burocráticos. De remate nos cuentan que aparecieron mutaciones de la cepa del Covid-19 en varios Estados. Es decir, la gente seguirá muriendo por miles por la pandemia, en el consideradoparaíso para muchos de los ticos, que se van al norte en busca del sueño americano.
En nuestro país, el “jaranón” de 34 años en la búsqueda del “desarrollo” y ser el “país más feliz del mundo”, con más maestros que soldados, nos viene explotando en la cara una y otra vez, sin que demos el brazo a torcer. Es como una ceguera masiva de seguir haciendo lo mismo, como si fuéramos a obtener resultados distintos y mejores.
El periódico del “no coma cuento” divulgó ampliamente que más de un centenar de escuelas públicas carecen de agua, sanitarios y muchas están cayéndose a lo largo del país, y así inaugurarán el próximo curso lectivo (sin sonrojos) y sus padres envararán a sus hijos.
Les garantizo que si estas escuelas estuvieran en Lomas de Ayarco, en Los Yoses o Escazú usted y yo veríamos a la Defensoría de los Habitantes, el PANI y los abogados y jueces destinados a salvaguardar los derechos de los niños diligenciando una solución inmediata, con debidos reconocimientos televisivos.
Un centro educativo no se deteriora en un año de pandemia. Es un proceso de varios años, estimulado por la indolencia de quienes fueron titulares de la cartera de educación, interesados, al parecer, en que cada día la gente acuda a la instrucción privada para aliviar así el famoso déficit fiscal.
Es una conducta que por los diversos bienes jurídicos tutelados debería ocuparse el derecho penal, pero que por los enormes efecto políticos que significa poner orden en la educación pública y gratuita, se prefiere pasar de larguito. ¿No es acaso un crimen de lesa humanidad condenar a una persona (no hablemos de poblaciones enteras) a la ignorancia, atendiendo a su condición de clase?
¿Y los impuestos recaudados para educación dónde están? ¿Cómo es que muchas juntas de educación manejan a su antojo miles de millones de colones, ante la neutralidad del titular de educación? La fiscalía de la República nos debe una explicación, pues públicamente se ha informado sobre estos detalles, fideicomisos y otras cosas, con repercusiones nefastas en nuestra educación y contra los menos favorecidos.
Y mejor no sigo en cuanto al desempleo, consolidado desde antes de la pandemia, los sacrificios de los campesinos para producir lo que nos comemos desde hace más de 20 años, el congelamiento de los salarios mucho antes de la Covid-19, la crisis de la justicia pronta, cumplida y de calidad, la necesidad de jubilar a una dirigencia sindical que se escalofría cuando se le exige articular el movimiento social y abandonar sus feudos de 30 y 40 años “exitosos”.
¡El bullicio termina y ahora vemos en 2021 que estamos sin burbuja!
*El autor es Periodista, abogado y notario, graduado en la UCR.