(MARTES 29 DE AGOSTO-EL JORNAL). Un jugador, independientemente de la circunstancia, tiene que comportarse como un profesional. Las ofensas proferidas por Pablo Arboine al árbitro Bryan Cruz, según el informe del réferi, no son dignas de un futbolista profesional.
Es cierto que en el campo suceden muchas cosas, y que no todo es color de rosa ni mucho menos, pero irse del partido por un momento de desconexión, que no es el primero que le ocurre a Arboine, debe llevar a la dirigencia saprissista a tomar cartas en el asunto.
Si la dejan pasar, la situación puede volverse grave en un futuro, tanto para el jugador como para el equipo, y las consecuencias pueden ser funestas.
Parece que la inteligencia emocional es escasa en el fútbol, si tomamos en cuenta la reacción de Arboine y la del presidente de la Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, en la final femenina en Australia.
Cabeza, cabeza, cabeza, diría el profesor de turno, pero tal parece que es lo que más falta: una reacción a la altura de las circunstancias.
Hay un texto de Aristóteles, en Ética a Nicómano, destacado por Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional, que merece pensarse y ponerse en muchos camerinos antes de un partido: Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo.Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno. Con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.
Hipotecar un partido. Una carrera. Una oportunidad inmejorable por responder a una situación sin ningún tipo de filtro emocional puede conllevar a lamentaciones toda una vida.
Y se nota que en el fútbol el control emocional es pobre e insuficiente y lo experimentado por Arboine y Rubiales es un ejemplo demoledor.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL