Rafael A Ugalde.
Tres años después de su nacimiento, el mundo cimbró como nunca, presagio ineludible de que Europa y “los salvajes” descubiertos por Cristóbal Colón cambiarían la historia para siempre.
Desde 1810 hasta 1821, en varios sitios de los territorios subyugados por los “civilizados” europeos levantaron la voz y dijeron basta ya de depredación y saqueo. La independencia llegaba.
Por eso se dice que el nacimiento del filósofo, economista, abogado y periodista, Carlos Marx, el 5 de mayo de 1818 en Tréveris, Alemanía, es preludio de una tempestad que dos siglos después sigue agitando la ciencia, la política, la ética, el odio, el amor.
Nacido dentro de un hogar religioso, de padre rabino, el pensamiento de Marx no está desligado de las creencias de sus progenitores ni de la base fundamental de la teología alemana, que tantos aportes sigue dando a todo el pensamiento filosófico contemporáneo.
Con su entrañable amigo, Federico Engels, pusieron el mundo de cabeza, hasta el día de hoy; sin embargo, la obra magna de Marx, el Capital, fue el que produjo “temblorina” en todo el orbe.
A diferencia de los economistas de la época, él explicó de forma irrefutable que la pobreza obedece a que una parte importante del esfuerzo humano se queda en el bolsillo del empleador.
De tal manera, que no hay casualidades en la economía, ni tampoco existen en las relaciones sociales, pues todo está definido por cómo producimos, vendemos, usamos y explotamos, en un determinado momento histórico.
Marx, que ejerció muy joven el periodismo a través de su “Gazeta”, enseñó después que no hay tal neutralidad ni objetividad en las noticias porque ellas son “mercancías” vendibles y consumibles.
Su cuestionamiento a ese mundo superficial le costó que perdiera una de sus hijas de hambre, pues este hombre, de corazón bondadoso, mirada atenta pero pensamiento mordaz, sus enemigos lograron presentarlo como “el diablo” encarnado en un ser humano.
Sus rivales – muchos de ellos autonombrados “marxistas” para seguir vigentes- después de muerto tergiversaron su método científico, convirtiendo su análisis en dogma.
Y muchos de ellos extendieron su dogmatismo hasta América Latina, elevando a categorías relevantes contradicciones banales para entretenernos viendo el árbol y no el interior del bosque.
Es hasta los años 60 que el “marxismo” latinoamericano emerge como ciencia renovada, y empieza a ver en las diferencias hemisféricas la riqueza verdadera de las naciones.
Para el marxismo latinoamericano hoy la paz y la democracia participativa y protagónica, como un constante hacer, es preferible que la guerra; que no hay dignidad sin respeto ni igualdad, que no hay independencia política sin autodeterminación.