(LUNES 13 DE DICEIMBRE, 2021-EL JORNAL). En el fútbol la casta es el equivalente al ADN en la biología. Y no hay CAR que valga, por más que se le adorne. Saprissa mismo es el ejemplo perfecto. No me refiero al Saprissa de hoy. No, ese es fácil analizarlo. Invoco al Saprissa que deslumbró al coronel Raúl Pacheco, el útlimo que hizo campeón a Cartaginés, a tal punto que tras no alcanzar el ascenso, el dirigente brumoso pidió que lo subieran a Primera División.
Y en la tarde noche de ayer quedó demostrado: la Liga hoy tiene mejor equipo, más infraestructura, mejores padrinos, en el sentido exacto del término, sin dilaciones semánticas, y no pudo contra un equipo morado que se había dado el lujo temerario de despedir a Mauricio Wright para poner a un desconocido del medio, que aterrió en Costa Rica como hubiera aterrizado en Marte, y aun así, ya están en la final.
Eso se llama casta. El que mejor lo supo entender y quedo así para la posteridad fue el presidente Jorge Guillén: “Mientras Saprissa esté vivo, no se repartan nada”. ¡Qué frase! Una greguería en pura regla. Ramón Gómez de la Serna es un aprendiz a la par del presidente Guillén.
En ocho palabras, Jorge Guillén definió el espíritu de un equipo que echó a andar Beto Fernández en el Barrio Los Ángeles y que conectó por misterioso azar con un tal Ricardo Saprissa, que ya para entonces vestía y defendía los colores del Orión.
Y un equipo con casta puede llegar vapuleado, de rodillas, vencido, que si le abren un mínimo espacio dejará salir la furia ganadora que lleva en sus entrañas. Al mejor estilo de los monstruos mitológicos. Y Saprissa, ya sabemos, tiene su propio mostruo, cuyo espíritu se paseó ayer en el Morera Soto ante un Alajuelense que nunca encontró las vías para doblegar a un adversario que entró por la puerta de atrás a la segunda fase.
Y pese a lo que dijo su técnico Albert Rudé— un técnico joven y educado, hay que resaltarlo—de que se cansaron de crear opciones de gol, el prisma del partido evidencia que no fue así.
A un Saprissa en exceso conservador –se defendió todo el juego sin la pelota y se presentó en ataque en mínimas ocasiones—le bastó para superar a una Liga que se fue enredando en sus propios mecates y en la que estrellas como Marcel Hernández siguen sin brillar.
No hubo respuestas desde el banquillo. Y la frustración estalló en toda regla, con un caos que pudo degenerar en violencia lamentable por parte de los propios aficionados manudos, que reclamaban más que frustrados a sus propios jugadores.
La casta, el ADN, de un equipo con alma de ganador y de campeón, no se compra con un CAR ni en el supermercado de la esquina: esa es una rara alquimia que solo los dioses saben de dónde viene y cómo se produce.