Hay que decirlo alto y claro
(JUEVES 22 DE ABRIL, 2021-EL JORNAL). La última frase que disparó, el pasado martes 6 de abril, lo retrata de cuerpo entero: “no vamos a llorar por la leche derramada”, dijo, aunque la leche derramada son los 350.000 brasileños muertos, los 14 millones de brasileños contagiados, los miles hospitalizados, los millares que no encuentran cama en hospitales de Sao Paulo o Recife, los cientos que buscan una bomba de oxígeno en Bahía o Río de Janeiro para aferrarse a un último suspiro de vida.
Ellos son la leche derramada. La sangre que ha corrido desde que ese milico irresponsable autodenominado Mesías, dijo que “el Covid era una “gripiña”, un catarro” que a él mismo lo metió en consulta hospitalaria por desestimar el contagio y abandonó su gente a la misma suerte que su colega cerebral norteamericano, Donald Trump, hizo con las recetas de Rendesevir, carbolina en gárgaras y sin mascarilla.
Jair Messias Bolsonaro Bonturi es un genocida que no comprende la relevancia de la ciencia en el siglo XXI y, aunque peca de bruto por esa razón, también lo hace de perverso, porque se burla de los miles de fosas que se cavan en la Amazonia para sepultar las víctimas de la peste más atroz que se ha visto en cien años.
Bolsonaro no tuvo ningún escrúpulo para manipular a los jueces baratos que ensuciaron al expresidente Luis Ignacio Lula da Silva, como tampoco lo tiene ahora para ralentizar la llegada de la vacuna y permitir que la matanza de sus coetáneos siga una marcha escalofriante.
Él no tiene vergüenza para nada. Es un cínico. Un genocida. Hay que decirlo alto y claro para que el juicio que ya se ha iniciado le ponga término a sus animaladas de chafarote.