(MIÉRCOLES 27 DE OCTUBRE, 2021-EL JORNAL). Su segunda estancia en el Real Madrid estaba más que descartada, pero tras la marcha ‘inesperada’ de Zinedine Zidane, alguien de buena memoria y un amplio sentido común, se acordó que por el equipo blanco había pasado un tal Carletto Ancelotti y propuso llamarlo de nuevo a filas.
Y el entrenador, al recibir la llamada, de inmediato se comunicó con el Everton y les dijo que no podía resistir a volver al Real Madrid.
Y así fue como para esta temporada retornó Ancelotti, con su chicle infaltable en sus partidos, el equivalente al cigarrillo de Menotti en sus mejores años, quien le da señorío, categoría y altura al ejercicio de la dirección técnica.
No es un hombre que presume cuánto sabe de fútbol y pocas veces se le oye decir que jugará con línea de cuatro, o con cinco en el fondo, o con el cuatro, tres, tres, no, no lo hace porque da por hecho que más allá del sistema elegido, es el comportamiento de los jugadores el que hará la diferencia, y esta se logra más allá de los famosísimos “dibujos tácticos”.
Ancelotti —que bebió en las fuentes de la eterna juventud del fútbol junto a su entonces técnico Arrigo Sacchi, de quien fue asistente en la Selección Italiana que consiguió disputar la final de Estados Unidos 1994–, le da a su profesión de entrenador una categoría que es espejo para los más jóvenes.
Carletto, como le dicen sus amigos, es un hombre tranquilo, sin rodeos a la hora de admitir situaciones, como el hecho de reconocer que sentía no pocos temores antes de los clásicos con el Barcelona, o al afirmar que Hazard no juega en la actualidad porque el entrenador prefiere a otro futbolista.
A diferencia, por ejemplo, de Mourinho, Carletto anda lejos de las polémicas, le interesa más cocinar una pasta para sus amigos y tomarse un buen vino, que dejar incendios aquí y allá en las conferencias de prensa.
Pese a su amplio historial, Ancelotti tira, sobre todo, de sencillez y de la sabiduría que dan más de 900 partidos como entrenador clase A.
Esa sapiencia con que se mueve en la vida la traslada al banquillo. Y más allá que hoy dirija al Real Madrid o que mañana vuelva a Reggiana, con el que ascendió a la Serie A en 1996, lo suyo es el ejercicio del señorío, con lo cual enaltece y dignifica su profesión.
Ante una figura así, solo queda evocar las palabras con que Maradona recibió en el Mundial de 1986 a Ricardo Bochini: “Pase maestro, lo estábamos esperando”.