(JUEVES 07 DE OCTUBRE, 2021-EL JORNAL). Si en un ejercicio escolar me pidieran cómo visualizo a la Selección Nacional, que hoy enfrenta a Honduras, de inmediato respondería que veo a un náufrago en alta mar, que trata desesperadamente de sobrevivir a los tiburones que de vez en cuando aparecen sin anuncio previo.
Y ese náufrago lo veo en un botecito insignificante ante el horizonte espléndido y casi infinito, mientras se pregunta dónde, cuándo y cómo arribará a un puerto seguro.
El náufrago parece resignado. Sabe que sus probabilidades de sobrevivencia en esas circunstancias son pocas. Acude a un monólogo interior y se dice palabras como pundonor, sacrificio, fe, esperanza, ilusión, arraigo, entrega y garra, pero sus palabras se van mezclando con la brisa salada que le rodea y poco a poco se van resquebrajando.
En esa inmensidad, el náufrago sabe que en algún momento fue vital y que tenía la calidad suficiente para haber evitado ese naufragio inhumano y hostil, pero sabe también que tiró, literalmente, por la borda, los mejores días y las mejores posibilidades para llegar a tierra firme.
Ese náufrago se me parece tanto a la Selección Nacional, que hoy se nota extraviada, con un técnico que transmite inseguridad en sus palabras, tiene la mirada triste y el rostro compungido. Del Luis Fernando Suárez que aterrizó en el aeropuerto Juan Santamaría al que vemos hoy en las conferencias de prensa, hay un abismo oceánico.
Y si el timonel, para seguir con la metáfora marina, se muestra dubitativo, como si un mal presagio le recorriera por el cuerpo entero, no hay razones para esperar esta noche un punto de quiebre en el juego contra los catrachos, que para peores llegan exigidos tras la debacle ante Estados Unidos.
Se ha remado en la dirección equivocada. Se han tomado muy malas y reiteradas decisiones en el seno federativo. Y no hay un grupo de jugadores excepciones, como lo hubo, por ejemplo, en la eliminatoria del 2002 rumbo a Corea y Japón.
En tales situaciones, solo queda la esperanza del náufrago: y que consiste en que algún galeón surgido de la nada, opere el milagro y acuda presto al rescate.
Sí, la Selección depende más de un acto de la Providencia, que de la táctica y la estrategia para salir airosa de este largo naufragio.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez
Esta columna se publica a diario en FxD y en EL JORNAL