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Un milagro, me encontré un herrero

 

Rescatamos esta nota de nuestro archivo, por la actualidad que mantiene

Luis Heberto Monge                                                                                                                                                                                           h_e_b_e_r_t_o@hotmail.com

Como se sabe, fue a lomo de mulas y caballos como se inició la construcción de la identidad acosteña. En bestias se llegaba a San Ignacio de San José y viceversa, en bestia se asistía a las obligaciones religiosas y en bestias se efectuaba El tope de novios. También en bestia iba el sacerdote a los pueblos lejanos y cercanos a llevar consuelo espiritual a los fieles, en fin, una bestia era el equivalente de un carro en nuestros días.

Y así como los carros de hoy son atendidos en un taller, las bestias eran atendidas en una herrería, vale decir, un espacio donde herraban los cascos. Es muy probable que la primera herrería de San Ignacio fuera la de don Dolores Mesén y estaba ubicada en la Calle de Ronda, esa calle que baja hacia Tablazo. Luego habría dos herrerías, la de don Dolores y la de don David Torres, quien empezó a funcionar por donde hoy vive Raúl Mesén, unos 75 metros de la plaza de deportes con dirección a Chirraca.

Don David Torres era, esencialmente, un herrador de carretas pero como tenía fragua, también herrabas bestias, oficio que heredaría Cristóbal su hijo y luego Célimo Meza, su yerno, y que tuvo su taller de herrería por muchos años en Los Pozos, donde hoy está el taller de verjas de Rafael Corrales.

El último herrero formalmente establecido fue don Héctor Arias, recientemente fallecido, y quien acabó reparando cocinas de hierro en La Ortiga.

Este recuento por más de cien años de los herreros de San Ignacio tiene su origen porque un día de estos vi salir de un potrero de La Vereda a un señor con un caballo blanco de diestro y se puso a herrarlo en una orilla de calle. Y viéndolo caí en la cuenta de que ya no hay herreros en el pueblo, aunque siguen habiendo caballos aunque pocos.

Así que ya no hay herrerías pero tenemos herrero ambulante o como se dice ahora “herrero a domicilio”; la expresión quizá no sea muy feliz y sea más apropiado hablar de herrero a potrero, pero no suena bien. Se trata de Luis Fallas Fernández, quien por diez años hizo de ayudante de don Héctor Arias, con quien aprendió el oficio. Luis va en su Vespa donde le pidan sus servicios, no importa si es en Sevilla, Bajos de Jorco o en Cangrejal.

 

Los herreros cada vez son más difíciles de encontrar.

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