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Un jornalero de toda la vida

 

Jornalero
Don Manuel Antonio Alfaro, es un jornalero de toda la vida.

 

No sabe leer  ni escribir, pero recita a las mil maravillas canciones para enamorar a sus morenas BAJADA

 

Luis Heberto Monge

Heberto.monge@gmail.com

Manuel Antonio Alfaro Vindas es un jornalero desde que era un chiquillo y aprendió a sobrevivir a base de honradez y trabajo.

Sus apellidos son los de su mamá, Apolonia, porque su padre Alfonso Araya, no se había casado con ella, y en esos tiempos los padres no le ponían a la criatura los apellidos del papá si no estaban casados, explica “Toño”, como lo conocen sus amigos.

Un primero de noviembre de 1921 Apolonia trajo al mundo a Toño, ayudada por una partera de pueblo, es decir, él acaba de cumplir 92 años y todavía canta y baila.

No fue a la escuela debido no tanto a la distancia y la falta de caminos, sino a que en esos años era más importante saber sobrevivir que el saber propiamente dicho; sin embargo, presume de buena memoria y ser capaz de subir a San Luis a hacer varios mandados sin que se le olvide ninguno.

JORNALERO

En estos 92 años Toño no ha sabido hacer otra cosa que “jornalear”. Ya desde los 10 años le pagaban 35 centavos por el medio día, luego le aumentaron a 40 y recuerda que fue por tiempo cuando el Párroco pidió padrinos para ponerle piso al templo de San Ignacio.

Toño donó dos mosaicos, es decir, 80 centavos equivalentes a dos días de trabajo al sol. Más tarde le subieron a seis reales (75 centavos) cuando un jornalero adulto ganaba 1,50. Fue por este tiempo que Leonidas Torres un día le dijo a su papá “mirá Alfonso, andá a ayudame a arrancar frijoles y te llevás al chiquito también”.

Toño recuerda que como sus manos eran pequeñas para poder hacer royos grandes se metía las matas de frijol debajo del sobaco y luego las juntaba con las que tenía en las manos y así sus royos eran como los de los adultos.

Años más tarde, ya muchacho, se iba con sus papás a coger café a Aserrí, dado que  Amalia Santamaría tenía una finca detrás del templo. De ahí pasó a otras fincas en Cinco Esquinas, Las Mesas y otros lugares de Aserrí. Dice que iba solo con sus papás y Juana Mora, la hermana de Olivier Mora, por cierto descalzo como él.

Era jornalero cuando se casó con Amelia Calderón, vecina de Pitales de Sabanillas, él de 29 años y ella de 17. Jornaleaba para su papá en Resbalón y para su suegro en Pitales. Para ello salía de su casa en Resbalón a media noche y caminaba 7 horas.

Allá trabajaba de 5 a 5, es decir, 12 horas. Sin embargo, el patrón para el que más trabajó fue Miguel Fallas, quien le pagaba cuatro colones y al cabo de 16 años le pagaba 12. Cuando lo despidió, y a modo de liquidación, lo que le dio fueron seis colones, es decir, medio jornal.

A partir de aquí fue “jornalero ambulante” según sus propias palabras; unas veces donde David Fallas o Victorino Vindas, otras donde Blanca Bonilla o Juan Gamboa, y la mayoría de las veces en los Bajos de Salitral donde Eliseo Abarca y Malaquías Alfaro.

A esta edad todavía raja y pica leña y tiene un rabizal cuajando, a pesar de que los malestares de espalda ya casi no lo dejan hacer nada.

GÜEVERO EN PARRITA

Por los años 40 había mucho comercio con Parrita en la época de verano. Por ejemplo, Israel Vindas, hijo de León Vindas, compraba pan (ilustrados) y los llevaba a vender a Parrita y lo mismo hacía su hermano Beto Araya y su tío Inocente Alfaro quienes llevaban naranjas en bestias.

Toño, de unos 20 años, compraba huevos a cinco por peseta a la esposa de León Vindas y a todo aquel que le vendiera. Una vez llevó 200 huevos. Los embalaba en tuzas de dos en dos y los acomodaba en una caja de cartón a la que hacía huecos para pasar mecates y formar una especie de salveque y se lo ponía a  la espalda.

Era un viaje de cuatro días, 2 para allá y 2 de regreso; el recorrido se hacía por la Cuesta de Sabanillas (Breñón) porque no había otra vía. Dormía cuando lo sorprendiera la noche en sabanetas de potrero a lado del camino. Esto representaba un esfuerzo, hoy difícil de imaginar, para ganarse apenas unos colones. Si afinamos cuentas, cuando llevó 200 huevos se ganó 40 colones, lo que significa que le salió a 10 colones el día, sin contar con el tiempo empleado en la compra y la preparación de la carga.

TIEMPOS DIFÍCILES

A puro jornal Toño crió, sabe Dios cómo, a sus ocho hijos. A la pregunta de cuándo era mejor si ahora o antes, Toño no duda en responder: “Halo más mejor ahora. Y añade que “ es que vea, antes uno andaba como una gallina irisa de puro hilachas. Yo tenía una camisa de manta para semana y otra de manta teñida para salir. Ahora la gente hasta ropa rota anda de puro gusto”. Y en cuanto a la alimentación, cuenta que comían guineos y chiricanos. Agrega: “la madrecita de uno a veces nos hacía  una torta de huevo que, le juro, se veía la claridad al otro lado de delgadita que era”.

SERENATERO

Si algo hay que admirarle a Toño Alfaro es que ha vivido con alegría. No sabe leer y menos escribir, pero aprendió a tocar guitarra y a cantar docenas de canciones. Y a una edad a la que los pocos que llegan no aciertan a cantar “El alabado”, todavía canta y se acompaña. Insistió en cantarme varias y de ellas transcribo estos versos:

Entre la flores, las azucenas

son las que guardan mi inspiración.

Entre las mujeres, las morenitas

las que prefiere mi corazón.

Cuando se acerca la Nochebuena

voy apedirle al Niño Dios,

que lo que quiero es una morena

y que si puede me traiga dos.

 

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