(MARTES 30 MARZO, 2021-EL JORNAL). Un barco a la deriva. Eso es el fútbol costarricense hoy. Sus selecciones, en plural, van de tropiezo en tropiezo, como si quisieran recitar un viejo e inolvidable tango, que evoca añoranzas y buenos tiempos, mientras la amargura del presente va desdibujando su letra.
Costa Rica no sabe a dónde va. Tampoco sabe a qué juega. Lo único previsible y que se puede constatar es que es un equipo reactivo. Por lo general, juega a merced del adversario.
Falta de confianza. Sin una idea clara de juego. ¿A qué juega la Selección mayor? Nadie lo sabe. Quizá ni el propio Rónald González, quien se ha metido en una especie de laberinto y no encuentra la puerta de salida.
Veo que el cuerpo técnico alaba a Felicio Brown y lo que hemos visto de él es muy poco. Quizá observen algo mágico que los mortales no vemos, pero sin ser un mal jugador, Costa Rica tiene mejores alternativas que él.
Todo ello forma parte de un momento en el que la Selección tiene más sombras que luz y no se vislumbra un camino. Hoy, no hay claridad ni en la cancha ni en la parte dirigencial, que escoje mal y que luego se mantiene a distancia.
A diferencia, por ejemplo de México, que tiene una selección potente en todas sus líneas, Costa Rica es hoy más incertidumbres que certezas. Sin importar lo que sucede hoy frente al combinado azteca, todo indica que de cara a las eliminatorias, la Tricolor está dispuesta y construida para el sacrificio.
Hemos, por lo tanto, aprendido poco de los pasos por Italia 90, Corea y Japón 2002, Alemania 2006, Brasil 2014 y Rusia 2018.
Tropezamos siempre con la misma piedra. Falta anchura de miras y altas ambiciones. Seguimos creyendo que, de última hora, como en un acto de David Cooperfield, todo se va arreglar con magia, y son solo ilusiones: ilusiones rotas como en el viejo tango de la vida.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.