(MARTES 09 DE AGOSTO, 2022-EL JORNAL). El arbitraje costarricense no solo es único, porque sus denuncias no son atendidas, como pasó con el famoso caso de los gerentes que llamaban a silbateros, sino que hace una aplicación del reglamento que no tiene réplica en ningún lugar del planeta.
Quien vea la Premier League, la Liga española, la Bundesliga, o la Ligue 1, se dará cuenta de que ahí el arbitraje entiende que el balompié es un deporte de contacto y que, por lo tanto, ello conlleva una aplicación distinta.
Aquí a las primeras de cambio va tarejta amarilla y enseguida la roja, pero el detalle es que no sucede en todos los casos. Es decir, en algunas situaciones aplican el tarjetazo y en otras los árbitros miran para otro lado.
Siempre he sido un defensor de los árbitros, porque se les exige mucho y no siempre se les brinda lo mínimo para su trabajo y porque desde hace 25 años se habla de una reforma que profesionalice la actividad en el país.
No obstante, dicho lo anterior, eso no justifica que hoy el arbitraje ande más que perdido en querer se estricto en las situaciones en que no debe y flojo en las que debe. Parece un juego de palabras, pero no lo es.
A los equipos de Costa Rica les ha ido muy mal en Concacaf en los últimos años y uno de los factores, quizá, es que cuando llegan a este torneo, se dan cuenta de que se juega distinto, las disputas por el balón son otras. En Costa Rica un jugador vuelve a ver a otro y ya tiene amarilla.
Si no evolucionamos en el arbitraje seguiremos persiguiendo las sombras que el mismísimo Platón vio hace 2500 años.
