(JUEVES 30 DE SEPTIEMBRE, 2021-EL JORNAL). En la Liga, San Agustín Lleida es intocable. Su figura en los entramados manudos puede asemejarse a lo que es el Papa Francisco en el Vaticano: infalible, como lo establece el derecho canónico. Peor aún: corre más peligro el Papa en su feudo, que el propio Lleida en los predios mágicos del CAR y sus confines.
A su llegada, Lleida pasó la escoba y sacó a los viejos gladiadores como Mauricio Montero, Josef Miso, Wilmer López y Cristian Oviedo, entre otros, por argumentar que estaban un tanto desfazados del fútbol moderno.
Pero San Agustín Lleida también se da contra la pared en algunas decisiones, aunque el storytelling de los rojinegros cuente otra historia.
La salida de Andrés Carevic resultó precipitada. La contratación de Luis Marín también fue reflejo de una medida súbita. En el fichaje de Marcel Hernández le fallaron los cálculos, porque el jugador solo puede participar en encuentros en el territorio costarricense, mientras tenga el juicio pendiente.
La presencia de Giancarlo González no es para tirar balones al aire y alardear de que se es el mejor gerente del mundo.
Lleida, además, tiene un protagonismo excesivo en Alajuelense. Es más importante que el presidente Fernando Ocampo y a veces da la impresión de querer ser un sabelotodo.
Cuando estos personajes tienen exceso de poder, como le pasó al viejo Nerón, pueden extraviarse: ya saben ustedes que no hay peor afrodisiaco que el poder.
Dadle poder a un hombre y verás de qué está hecho. En este caso, Lleida se ha equivocado estrepitosamente, no con la salida de Luis Marín, tras la eliminación a manos del Guastatoya, sino con su llegada.
El exdefensor manudo es un entrenador que apenas está haciendo su recorrido en los banquillos y le ofrecieron un barco demasiado ostentoso para lo cual se requieren maniobras de capitán curtido, y a Marín todavía le falta esa experiencia.
Lo que llama la atención en todo el entramado rojinegro, es que pareciera que las responsabilidades no se reparten, y que Lleida siempre sale bien librado, inmaculado, sin una mancha, sin una pinta en la piel. Su poder es tal, que las voces críticas no se escuchan.
En la Liga todos se equivocan, menos San Agustín Lleida, el intocable, el incuestionable, el absoluto: el Papa manudo.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez