(MIÉRCOLES 13 DE DICIEMBRE-EL JORNAL). Jugar al fútbol profesional no solo es un privilegio en la actualidad, sino también una gran forma de forjarse un futuro, en una sociedad hipercompetitiva, donde a veces ni los títulos universitarios garantizan una estabilidad laboral.
En medio de este panorama, llegan los vientos alisios de diciembre y traen noticias inverosímiles, como que hay jugadores que se dedican a las parrandas y a disfrutar la noche, aunque al día siguiente tengan entrenamiento y en algunos casos partidos.
Ello a vista y paciencia de una dirigencia, que es la menos, por dicha, que cree que congratularse con el infractor es la mejor manera de administrar un equipo.
Los alisios, que golpean con su fuerza en esta época navideña, no llaman a engaño y cuando usted no se prepara de la mejor manera, saltan las incongruencias y si durante la semana uno se comporta como un parrandero, es imposible alcanzar resultados trascendentes.
Por ese camino, cualquier equipo o persona termina en el despeñadero, por más que lo salve la campana una, dos, tres, cuatro e incluso cinco veces.
Tarde o temprano saldrá a la luz la falta de profesionalismo, porque el cuerpo humano no es ilimitado y si un futbolista no durmió bien, jamás podrá rendir a la altura de las circunstancias en el campo, y aunque corra mucho, le puede traicionar la concentración y es el momento justo en que el adversario aprovecha el vacío para conseguir la única anotación del encuentro.
La falta de profesionalismo en el fútbol nacional todavía existe y los alisios, insisto, que arrastran lo bueno y lo malo de la temporada navideña, dejan retazos en el aire para darse cuenta de las barbariedades que suceden extra cancha.
Las instituciones merecen respeto, pero son sus dirigentes los primeros que deben hacer pravelecer ese valor simbólico de lo que representa un escudo y una camiseta.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL
