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Palco de honor para Wílmer

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 13 DE JULIO, 2020-EL JORNAL). El ser humano tiende al olvido. La memoria es hoy un bien en decadencia. La pedagogía la desaconseja. Es un recurso fácil e inocuo, dicen. El buen estudiante es el que analiza. El que estudia de memoria tiende a la filosofía de la lora: repetir, repetir, repetir sin ton ni son.

Muchas falsedades detrás de esas aseveraciones. El filósofo y escritor José Antonio Marina rescata a la memoria como un recurso extraordinario de nuestra inteligencia. Sin ella no vamos a ninguna parte, asegura.
En el fútbol actual, sin embargo, la memoria es desdeñada. “El fútbol no tiene memoria”, solía decir Juan Arnoldo Cayasso.

Por eso a las grandes figuras se les mira por como piezas de museo. Quédate en casa, que su fútbol fue en otro tiempo. De nada valieron sus goles, sus fintas, sus faenas, su invención, su arte. Eso es cosa del pasado y en este club el pasado no tiene cabida. El pasado estorba. Esa realidad en blanco y negro no encaja en este mundo multicolor.

Por eso no extraña, aunque cause alarma, que el gran ídolo alajuelense Wílmer López tenga que vender ceviche a domicilio para terminar de redondearse un ingreso y hacer frente a las inclemencias de la vida, con Covid, o sin él.

Una de las graderías del Alejandro Morera Soto, la oeste, lleva su nombre. Ahí, no obstante, acaba el simbolismo con este gran jugador de sangre rojinegra. Wílmer es el alma rojinegra: tras la caída de su equipo en la final del Clausura ante Saprissa, fue el primero en irse al Morera Soto para hablar en nombre de la afición manuda.

Lo dijo él: desde que mi madre me llevaba en el vientre, soy manudo de corazón.

A Wílmer lo redescubrió Valdeir Badú Viera, cuando luego de ver varios entrenamientos lo llamó y le dijo: ¿pero qué hace usted jugando de contención? Lo demás es historia. Tras haber sido tocado por la palabra mágica de Badú, Wílmer se convirtió, ya lo era, solo que no lo sabía, en uno de los mejores mediocampistas de Costa Rica. Vino la creatividad. Llegaron los goles. Se convirtió en ídolo.

Américo Castro, uno de los cervantistas más importantes, contaba en el esquema biográfico con que acompañaba al prólogo que escribiera para la editorial Porrúa sobre Miguel de Cervantes, que el licenciado Márquez Torres (encargado de aprobar la segunda parte de Don Quiote) refería que unos diplomáticos franceses querían ir a conocer al autor del Quijote, a quien imaginaban no menos que un príncipe o un rey.

“Preguntáronme, muy por menor, su edad, su profesión, calidad y cantidad. Halleme obligado a decir que era viejo, soldado, hidalgo y pobre; a que uno respondió estas formales [sustanciosas] palabras:

–¿Pues a tal hombre no le tiene España muy rico y sustentado del erario público?

Acudió otro de aquellos caballeros con este pensamiento, y con mucha agudeza, y dijo:

–Si necesidad le ha de obligar a escribir, plega a Dios que nunca tenga abundancia para que con sus obras, siendo él pobre, haga rico a todo el mundo”.

La última frase es capital: ‘haga rico a todo el mundo”. Eso fue lo que durante más de una década hizo Wílmer López en Alajuelense: llenó de talento el Morera Soto, se paseó por los campos de Costa Rica repartiendo imaginación, creatividad, calidad humana y grandeza en la cancha. Lo hizo también, desde luego con la Selección Nacional.

Todo trabajo es honrado si sirve para poner pan en la mesa, pero es inadmisible que a la Liga no le dé vergüenza que a una de sus grandes figuras no reciba un pago que le permita vivir con dignidad y dedicar más horas en cómo engrandecer a su querida institución.

Alajuelense tiene al alcance de la mano a uno de sus príncipes de las letras rojinegras y lo trata como a un cortesano.

Wílmer se merece mucho más que vender ceviche a domicilio. Wílmer se merece un palco de honor y ser embajador manudo, para que recorra el país promocionando a su amado Alajuelense.

¡No es una dávida, maestro, es un reconocimiento que usted se ganó con creces  y un lugar que todo el liguismo le debe!

 

 

*Periodista y escritor. Autor de La Gran Hazaña y Ganar con el corazón. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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