(MARTES 09 DE ABRIL-2024-EL JORNAL). En Costa Rica, además de ser el país más feliz del mundo, tenemos una característica que hará historia de la grande: ningún equipo juega mal.
En las conferencias de prensa, que son un parque sociológico invaluable, pocas veces se escucha a un entrenador decir que ese día, por la circunstancia que sea, jugaron mal.
Es una especie de tabú. Y se tiene la idea que admitir que se jugó mal es no haber hecho los deberes. Olvidan así los técnicos que el fútbol durante la semana y en la pizarra es perfecto, pero que el día del partido, todo empieza a parecerse demasiado a la vida, y la vida es imprevisible.
En el recién despedido Mario García del Cartaginés hacía un enorme esfuerzo por no decir que de lo preparado a lo visto en cancha había una distancia como de aquí a China. Y al tratar de justificar, entraba en unos galimatías que ni Cantinflas alcanzó. A García le seguimos manteniendo el respeto con que vino, porque en México goza de alta estima profesional.
Lo que sucede a menudo es que el aficionado ve un partido y nota que su equipo no estuvo a la altura, ya sea por falta de gol, por desconcentraciones tremendas o porque no es capaz de hilar tres pases seguidos y a la hora de los análisis ve cómo su técnico se explaya en decir que pasaron del 4-4-2, al 5-3-2 y que luego hizo dos bloques bajos, y que después en las jugadas a balón parado marcaron en zona para controlar más y mejor al rival.
Sí, se puede hacer una novela corta con esas declaraciones, cuando la realidad es que al fútbol solo hay dos maneras de jugarlo: bien o mal. No hay medias tintas.
Si verdaderamente se pretende mejorar, los equipos tendrían que empezar por admitir que hay días en juegan mal y por plantearse siempre el objetivo mayor, sea cual sea el rival, y no conformarse con que en esta jornada se perdió con dignidad 1 a 0.
Y no es pecado jugar mal. Es la vida misma.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL
