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Mi gol más personal

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 15 DE JULIO, 2020-EL JORNAL). Amigo lector, esta columna hoy rompe su habitual estilo para hacerle una invitación en toda regla: quiero saber cuál es su gol más personal, ese que lleva siempre a donde usted vaya.

No se trata, aunque también puede ser, de un gol de Campeonato Mundial. De esos hay muchos y son válidos, pero hoy los quiero convocar a esos goles irrepetibles, que por una u otra razón tuvimos el privilegio de vivirlos o protagonizarlos, porque también cabe este apartado, que usted sea directamente el autor de la gesta.

Les voy a contar el mío. Lo presencié en mi condición de aficionado empernido. Hace ya unos 25 años.

Jugaban el Municipal Acosta y el Alianza por el campeonato local en la cancha Juan Bautista Mesén, en el centro de San Ignacio de Acosta.

William M. D. (solo enuncio las iniciales del apellido del autor del gol para no maltratarlo), un futbolista para nada cotizado. De hecho, jugaba en el Municipal Acosta, que era una escuadra conformada por los jugadores descartados. En los pueblos a estos equipos se les conoce como los resentidos.

Era domingo. Lo recuerdo como si fuera ayer. Un domingo soleado. Partido a las 11 a.m. William M.D interceptó una pelota en el medio campo, por el costado derecho, la amortiguó con el pecho, la puso a tierra, y cuando pretendía hacer el pase, Óscar Salazar fue a disputarle la pelota, y nuestro protagonista, contra todo pronóstico, le hizo un sombrerito, y dejó botado a su adversario, y fue entonces cuando sucedió el milagro que hasta el día de hoy me persigue: William M.D. tuvo una inspiración divina y sacó un potente remate desde el mediocampo que dio un bote justo antes de llegar a las manos del portero Juan Luis Salazar, un arquero respetado en Acosta.

Gol contra todo pronóstico. La siguiente imagen es William M.D. hincado, brazos y mirada al cielo, y al instante sus compañeros que corrían a abrazarlo.

Como si fuera un guiño del destino, ese día el padre (qddg) de William M.D., que no gustaba del fútbol y que presumo no lo entendía del todo, estaba ahí, a la vera del camino, porque la plaza queda a un lado de la carretera 209.

William M.D., entonces, lo miró y antes de que el Alianza pusiera de nuevo en circulación el balón, volvió a ver a su padre –a mi Tata—como él le decía. Sus miradas se cruzaron un instante y ese momento fue para ambos inolvidable.

Algunos lectores atentos se preguntarán por qué recuerdo con tanto detalle un gol que no fue mío. La fórmula es muy sencilla: cada vez que me encuentro en algún lugar con William M.D. y el fútbol sale a relucir por una u otra razón, el autor del gol aprovecharla para rememorarlo.

Y es cuando la mirada se le ilumina como si el gol estuviera sucediendo de nuevo y en no pocas ocasiones ha estado a punto de hincarse, volver la mirada al cielo y alzar los brazos para recrearlo como la primera vez.

Esa es, amigo lector, la magia del balompié que siempre va más allá de la cancha y supera las barreras del tiempo y el espacio.

 Ahora sí, cuénteme cuál es su gol favorito. Estoy seguro de que tiene uno mejor que el que el mío.

 

 

*Periodista y escritor. Autor de La Gran Hazaña y Ganar con el corazón. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

 

 

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