Querida Amiga

(JUEVES 05 DE ENERO 2023-EL JORNAL). Con los pies en la arena, y los ojos cerrados, escuchando el canto de las olas del mar que van y vienen, revivo el momento en que por primera vez vi su rostro, escuché su voz y entonces conocí el amor espontáneo e inquebrantable, generoso, incondicional  y el sentimiento más puro que personifica mi mayor tesoro en cada instante de mi vida.

Lo imagino caminando por praderas y jardines, seguido por aves revoloteando sobre las flores, lo recuerdo con nostalgia cuando a lo largo de los calurosos días de verano preparaba la tierra para la siembra de hortalizas, en las que le acompañaba alegremente colocando las semillas en cada uno de los hoyos. Desde entonces aprendí a disfrutar de las riquezas de la naturaleza y con su compañía siempre me sentí segura.

Evelio, hombre de mediana estatura, piel trigueña, ojos claros, cabello rizado color castaño, alegre, con gran sensibilidad, agricultor desde los 10 años, no por vocación o deseo propio; sino porque la muerte repentina de su padre lo obligó a cambiar los juegos con palos, cuerdas, mecates, canicas, caballito de palo y demás travesuras y aventuras infantiles, por un machete y una pala para asumir el cuidado de su madre y de sus tres hermanos menores.

Evelio, cosechando y vendiendo sus productos, obtenía lo preciso para satisfacer las necesidades del hogar y disfrutar de los turnos y ferias de los pueblos cercanos en compañía de la novia del momento, hasta que conoció a su único, verdadero y gran amor.

La vio por primera vez una tarde de diciembre en una posada navideña, tan solo era una niña vestida de pastorcita entonando villancicos y tocando una pandereta frente a los portales de las casas del pueblo, ella con su caminar, su voz y mirada tierna cautivó su corazón convirtiendo esos momentos en su sueño más deseado y desde entonces todo cambió, su imagen siempre presente en su mente fue su inspiración y   esperanza del futuro a su lado

La esperaré -dijo –

Pensando en ella construyo una casa; el frente daba a la calle invitando al saludo a cualquier vecino del pueblo que pasara, Era una casa grande llena de amor sueños y esperanzas, rodeada de rosas de diferentes colores.

Le declaró su amor cuando ella tenía 14 años, ella lo sabía, desde aquel día , siempre lo esperaba, tres meses después la convirtió en su esposa. 

Evelio constantemente repetía: –

Su voz era de ángel, su mirada inocente, brillaba como la estrella del Niño Dios. Era como una muñeca de porcelana, desde que la vi me enamoré y prometí que ella, mi Anita, sería mi esposa, se la pedí a Dios y él me la concedió.

Anita lo amaba tanto como él a ella, siempre cuidándose el uno al otro. Ella  dedicada al hogar y resignada a tener los hijos que Dios le mandara, en ese tiempo aún no se conocían los métodos de planificación familiar, era una familia feliz, rezando el rosario todas las noches y alimentándose con lo que Dios repara como solía decir Evelio.

Una noche, después de un largo silencio, Evelio tomó la mano de su esposa y la llevó al corredor a ocupar su banca favorita, la abrazó y mirando las estrellas susurró: Bendito sea mi Dios, tengo nueve hijos y una linda esposa que amaré por siempre.

 

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