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Las bellas artes y la generación Boomer

(DOMINGO 13 DE NOVIEMBRE 2022-EL JORNAL). Como un integrante de ese montón de niños que nacimos después de la II Guerra Mundial, corro hoy el grave peligro de hacer el ridículo, por divulgar mi queja ante una discapacidad cultural que seguramente NO padecen los chicos menores, incluso aquellos concebidos en los años sesenta. Que ya son viejos.

Pues resulta que, amante como mi esposa, de las manifestaciones culturales no muy masivas ni tan abigarradas como las del Parque Viva (que no conozco), procuro no faltar al teatro, ni al cine, ni a los conciertos, cuando prometen, pero me he topado con la dificultad de que esos eventos parecieran no estar a mi alcance, a pesar de que ya no sufro las dificultades económicas que antes sí me lo impedían.

Semanas atrás quise llevar a varios nietos a ver el montaje de Tesla, escenificado en el Teatro Alberto Cañas. Eran ocho entradas y me resultó imposible comprarlas.

También me resultó imposible ver una obra que dirigió Leonardo Perucci en la Vargas Calvo, y me ha contado Óscar Castillo que hoy bajaron una de Roxana Ávila de cuya existencia solo se habrán dado cuenta los youtubers y seguidores de redes… Yo ni whatsapp tengo.

Quizás no ocurra en todos los teatros, pero en este caso es bueno que paguen justos por pecadores. El fin lo justifica, y ofrezco aquí

el detalle por si alguien me ayuda en una próxima ocasión y para beneficio sea de los artistas y creadores de espectáculos.

Para entrar en un teatro, ya no se puede comprar el boleto en la boletería (paradójico), como en cualquier país del mundo. Es más: ya no hay boletería. La única forma de ingresar a muchas salas es vía Internet y, para ello, es preciso crear una cuenta con santo, seña y otros requisitos cibernéticos, o te quedás afuera.

Tal parece que los teatros del Estado. (Esto no me consta). Le entregaron a equis empresa el servicio de vender boletos, por lo cual la firma cobra comisión y el “paganini” Estado también les paga por un servicio que ni los milenials pueden superar, pues la plataforma digital es poco amigable y a ratos medio tonta. Deberían aprender del Expresivo, que funciona muy bien.

A mí me importa un ca-cahuate que los empresarios adjudicados se ganen un lindo billete, pero me parece imperdonable que mucha gente, sobre todo los boomers, no tengamos facilidades para ir al teatro si pertenece al gobierno.

El asunto se ha extendido a otros recintos y, parcialmente, a los cines que frecuento, donde la plataforma también es comisionista y flexible.

Creo necesario dar la voz de alarma, porque si andamos con esa gran pena de los teatros vacíos, pues se vuelve necesario buscar todas las maneras posibles de facilitar el acceso a las salas, sobre todo a los viejos, que ya nos enredamos en las teclas de un móvil y somos buenos clientes de la oferta cultural de las bellas artes.

¡Si no me ayudan no vuelvo!

¡Y tengo ocho hijos, diez nietos, y muchos parientes que podría invitar!

¡O crecemos juntos, o nos jodemos todos!

 

 

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