(MARTES03 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL).“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el cual casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo. Numerosas patas, penosamente delgadas en comparación al grosor normal de sus piernas, se agitaban sin concierto”.
No hay mejor descripción de un entrenador de fútbol que la que hace Kafka en La metamorfosis, su mítica historia de cómo un mañana cualquiera, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó hecho un bicho irreconocible.
Al entrenador, muchas veces, se le elige por su pasado como futbolista y muchas veces choca contra el espejo de las realidades. Una cosa es jugar al fútbol y otra es dirigir a un equipo. En el primer caso basta con el talento, en el segundo no.
¿Además de fútbol de qué debe saber un entrenador? Johan Cruyff, quien fuera mítico jugador y mítico técnico, respondería que el entrenador tiene que tener una gran capacidad para entender la psique de los futbolistas.
Es decir, no basta, como nos han querido hacer ver, con saber unos cuantos aspectos técnico-tácticos, sino que al ser el fútbol jugado por seres humanos, lo imprevisible, el poder de la mente interviene, y aquí es cuando se tuerce el guion de pegar unos cuantos gritos en el camerino y frente a la prensa, para dar a entender que solo él, ungido por el dios de los cielos y de los mares, sabe de fútbol. El resto de mortales son unos ignorantes perpetuos, parece decir el discurso de ese entrenador ideal.
En ese sentido, se comenten muchos errores a diario en el gran mundo del fútbol y las consecuencias están a la vista en clubes incluso como el Barcelona, que eligió a Quique Setién, por ejemplo, sin saber si el técnico cantabro tenía las cualidades para enfrentarse a un vestuario lleno de estrellas, y en apariencia intocables, empezando por Messi, erigido rey desde hace rato en suelo catalán.
Un entrenador tiene, por lo tanto, que ser una mezcla de muchas cosas, o sea, tiene que ser kafkiano, hoy amanece hecho un bicharejo y mañana se levanta con esmoquin y listo para el concierto de Aranjuez.
Quien no tenga esa capacidad de transmutarse, de ‘metamorfasearse’ para convertirse en la voz oportuna, en la guía precisa y en el líder capaz de tomar las decisiones sin importar si van contra corriente, por más que haya jugado al fútbol, o por más que ponga ecuaciones en la pizarra, no servirá como entrenador, aunque viva de ello toda su santa vida.
De forma tal, que ha ser el conocimiento del corazón humano el principio rector de un entrenador, que ha de saber, al mismo tiempo, que lo suyo es un ejercicio kafkiano, y que debe de recurrir a los recursos más inverosímiles para ganar cada batalla en el fútbol.
*Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.