Editorial
(ACOSTA, 26 DE FEBRERO, 2013). Es cierto que en Costa Rica todos los días son tiempos de política y que no ha pasado un día tras la elección de un presidente, un diputado, un regidor, cuando ya las espadas se alzan para pensar en la próxima contienda electoral.
Ese eterno carnaval en el que vivimos, como lo llamaba el poeta Isaac Felipe Azofeifa, es uno de los males endémicos de nuestro país, pero ahora han vuelto tiempos peores, y parece que ha retornado la política de los anónimos, de las acusaciones.
El recurso para destruir a un contendiente político no es nuevo, y se utiliza como elemento argumental en La Mala hora, novela de Gabriel García Márquez, en la que los “pasquines” hacen estragos en la vida de sus protagonistas.
En los últimos días han dado vueltas por San Ignacio de Acosta un par de anónimos con serias acusaciones, que no comprueban otra cosa que la política sucia, la que parecía superada en nuestras tierras, está más viva que nunca para tristeza y lamento de nuestros ciudadanos.
En un cine foro realizado en Q’ Café y dedicado al expresidente cubano Fidel Castro, se comentó sobre la necesidad de que los ciudadanos participen en la contienda política, reservada en la actualidad a aquellos que tienen la piel dura, como la de los viejos cocodrilos.
Se habló sobre la importancia de que los jóvenes profesionales, los agricultores y que la gente que, por lo general ve las elecciones como algo ajeno a sus vidas, se organice y participe de las votaciones, en las que se eligen diputados, regidores y síndicos.
Si bien es cierto hoy día predomina la estructura de los partidos tradicionales y los diputados son escogidos a dedo por los candidatos presidenciales, lo que garantiza que lleguen los amigos y no necesariamente los mejores a la Asamblea Legislativa, siempre quedan espacios para que la presencia ciudadana en la toma de decisiones no sea solo una aspiración.
Mientras ello sucede, no obstante, la política de vieja data, basada en acusaciones, en anónimos, en noticias falsas, en extorsiones silenciosas y en promesas vacías, parece que está de vuelta. O quizá nunca se fue y siempre ha estado ahí, como un animal traicionero y a la asombra, en espera de la menor oportunidad para hacer su lamentable aparición.