(DOMINGO 20 DE DICIEMBRE, 2020-EL JORNAL). Leí un día de estos en el periódico del “no coma cuento” –-él nos autoriza para saber qué es información veraz y qué es mentira— , que el país está a la espera de asumir una posición, respecto a un “presidente imaginario” en la República Bolivariana de Venezuela.
Sí, es el mismo en que estamos pensando y recordando aquella tarde maravillosa para muchos miembros de la OEA, cuando alguien le ofreció una tarima con un rótulo al frente que decía: gobernante interino, en una plaza de Caracas, subiéndose a ella con algunas dificultades. Pero valió la pena porque de ella bajó como jefe de Estado. Nadie lo eligió, pocos le conocían y, aunque no controla ni siquiera la cuadra del vecindario, a él, según jura y perdura, lo reconocen 50 países democráticos.
Su intenirazgo tenía como fin preparar la salida inmediata del chavismo, léase Nicolás Maduro Moros, Diosdado Cabello, el general Padrino López, el canciller Arriaza, Delcy Rodríguez y todo lo que le dijesen es “rojo” o tiende a “rosado”. Luego del reconocimiento suyo por algunas ejemplares democracias del llamado “grupo de Lima”, sus seguidores tomaron por asalto embajadas en varios países y hasta han vendido empresas venezolanas en el exterior por arriba de los $ 40 mil millones.¿ Y el dinero?
Y como la presidencia interina se prolongó más de la cuenta, dicho muchachito tuvo que recurrir a drones para “apartar” de la vida a dirigentes de la cúpula chavista, a una buena cantidad de cartuchos de dinamita para tratar de volar refinerías, a mercenarios colados por la frontera con Colombia, a paramilitares pagados con cocaína. En fin: actos todos pro democracia, por tanto, “no coma cuento”.
Quizá cuando esta nota salga publicada ya haya para usted una definición de la diplomacia tica respecto a Venezuela, como sí nunca estuvo definida para quien escribe estas líneas. Lo que oscureció el asunto fue la elección en Estados Unidos de Joe Biden (cambio de táctica solamente porque el petróleo, el oro, bauxita, diamantes, carbón, cortan, níquel, inmensas cantidades de agua, flora y fauna, siguen allí), en sustitución del supra racista Donald Trump, a quien por cierto, se va de la Casa Blanca sin reconocer los “favorcillos” hechos por nuestra diplomacia contemporánea.
Es cuando la personalidad de Juan Rafael Mora Porras y el gran diplomático y abogado guatemalteco, Luis Molina Bedoya, se agigantan, se hacen inmensos cada uno y cada vez que uno aborda el contenido dado por ellos a valores como dignidad, libertad, independencia etc.
Se dice que Molina Bedoya nace en Guatemala, pero defendió mejor que muchos nacionales de entonces la soberanía, la autodeterminación y la independencia como pueblo. En 1855 aparece como el encargado de negocios de nuestro país en Estados Unidos y, desde esa posición, despliega actividades abiertamente contra los intereses filibusteros en Centroamérica con quienes estaban comprometidos imperialistas estadounidenses, británicos y franceses.
Precisamente, se le recuerda que, siendo entonces ministro plenipotenciario de nuestro país en 1859, firmó la “convención Molina – de Sartiagues”, tesis costarricenses que evitaron cobrasen indemnizaciones post triunfo sobre los saqueadores de la época. Imagínese destrozados por la guerra y el cólera querían saquearnos con un arbitraje. Si no nos enriquecimos con las armas vamos por la vía diplomática.
Resulta interesante el brillo que Molina Bedoya dio a la diplomacia costarricense con su verbo lógico, sin tapujos, respetuoso, vehemente y profundamente transparente, sobre todo, cuando Abraham Lincoln tuvo la “brillante” idea de imponernos una zona fronteriza junto a Colombia para asentar los esclavos liberados en el sur de los Estados Unidos.
¡ Qué tiempos¡
*El autor es Periodista, abogado y notario por la UCR.