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La debacle del Saprissa debe explicarse desde el fútbol

 

(JUEVES 05 DE OCTUBRE-EL JORNAL). Si Saprissa lo hizo mal ante el Real Estelí, hasta el punto de que el equipo nicaragüense fue mejor tanto en su estadio como en su visita ayer, peor lo hace nuestra prensa cuando sale a calificar la derrota de vergonzosa, porque lejos de poner el foco en el fútbol lo direcciona a un problema moral, que nada, absolutamente nada, tiene que ver con el balompié.

La derrota del Saprissa en la serie global, que quedó 3-2, es desde el punto de vista futbolístico un desastre, por calidad individual de sus jugadores, por historia, por la facilidad de cerrar en casa a estadio lleno y porque el Estelí evidenció falencias que otro equipo pudo aprovechar a las mil maravillas, pero de ahí a quedarse con un pobre calificativo para el análisis es un elemento que desnuda a nuestra prensa deportiva totalmente.

Superado, entonces, el escollo moral, asociado a eso de vergüenza, que es propio de análisis de los años ochentas, conviene decir que tanto en Nicaragua como en Costa Rica el plan de partido — o como me gusta llamarlo a mí: la estrategia– preparado por Saprissa estuvo lejos de darle ventajas y más bien le permitió a su adversario crecer y mostrar sus mejores atributos.

Entiéndase que el gran responsable –que no culpable, ya que este es un concepto más religioso que futbolístico, es el señor Vladimir Quesada, que ni allá ni acá atinó con sus planteamientos y eso llevó a Saprissa  a sufrir la mayor derrota de su historia.

Nunca antes, en sus 88 años de existencia, Saprissa había pasado por tal abismo, al caer de rodillas ante el Estelí en casa, con su público fiel como testigo.

Prueba inequívoca de que el entrenador erró de principio a fin, es que ayer, cuando Saprissa se puso al frente del marcador, con todo el estadio a su favor, lejos de ir por el segundo y por el tercer gol, extrañamente el equipo se replegó.

Es decir, Saprissa en ese momento aplicó la mentalidad de un equipo pequeño: ya empaté la serie, ahora hay que cuidar el marcador.

Y eso es responsabilidad exclusiva del técnico y la crítica debe de ir dirigida a él, le guste o no a Mariano Torres, quien salió a defender a su entrenador con argumentos pobres y desacertados.

Y otra prueba demoledora de que a Vladimir Quesada se le nublaron las luces, es que al minuto 65 recurrió a un jugador que venía de dos meses de lesión, sin ritmo, sin confianza, sin horas vuelo como fue el propio Torres, evidenciando así el entrenador que ya a esa altura tomaba determinaciones erradas por completo.

Y la tercera prueba, por si hay dudas, de que la debacle futbolística tuvo su origen en el banquillo morado, es que el recurso por excelencia para atacar al Estelí, una vez que la serie estaba contra la pared, fue lanzar balones al área, sin ton ni son.

Y como coletilla para los escépticos: si usted sabe que el portero del Estelí –Douglas Forvis– es un mar de dudas en el juego aéreo, cómo no aprovechar esa circunstancia y crear más juego por las bandas para lanzar centros, pero no sin sentido, como en el caso anteriormente apuntado, sino como parte de una estrategia fría y cuidadosamente calculada.

La eliminación de Saprissa pasa, ante todo y sobre todo, por la incapacidad de su técnico a la hora de plantear y a la hora de revertir muchos elementos de la serie.

Por ende, invito a colegas y aficionados a que analicemos, por favor, esta eliminación en el marco de los conceptos del fútbol y no de términos morales y religiosos, los cuales no aportan ninguna luz a la mayor caída morada de su historia.

 

Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL

 

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1 COMENTARIO

  1. Excelente comentario, el enfoque es correcto, desde la perspectiva de táctica y estrategia. La tendencia de hacer leña del árbol caído está fuera de toda lógica y lugar, resabios de los años ochenta, como bien apunta el columnista. Hay que mejorar la visión del fútbol, desde los palcos de prensa, donde deben operar los análisis, a fin de marcar diferencia de los linchamientos de gradería.

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