(VIERNES 04 DE MARZO, 2022-EL JORNAL). Con su lenguaje de campesino, Mauricio Montero va desgranando verdades por la vida, sin mayores cálculos, y siempre con la sencillez y la seriedad a flor de piel.
Eso, y no sus coberturas al límite, lo convirtieron en un personaje nacional, querido por manudos, morados, cartagos y heredianos. Es hoy, sin que nadie le haya endilgado este título, una especie de embajador nacional de nuestro fútbol.
Ahh, pero aquel que piense que Mauricio Montero, conocido como el Chunche, por “malicia” de Pilo Obando, sabe poco de fútbol y de la vida, se equivoca.
Y digo fútbol y de la vida, porque separarlos es un error garrafal. No en vano el fútbol se juega con una pelota que es una metáfora exacta del universo, que pasa raudo por nuestras vidas sin que nos demos cuenta.
Tras el partido contra Saprissa, Mauricio Montero, como me gusta llamarlo, más que el ‘Chunche’, quizá solo sea una cuestión de respeto y de admiración, dijo que el partido lo habían dejado ir, no el miércoles, día del juego, sino el lunes, día del entrenamiento.
Y en la reflexión dejó muchos elementos filosóficos para rescatar, porque, de nuevo, esa idea la podemos extrapolar a la vida. El examen urgente y la decisión clave muchas veces no las fallamos en el momento de actuar, sino mucho antes, cuando en vez de prepararnos decidimos darle paso a la holgazanería.
“Hicimos un entrenamiento muy malo y usted a como entrena, así juega; a como se comporta en la semana, así lo va a hacer; nadie le regala nada”.
La verdad esbozada por Mauricio Montero es como una catedral y la pedreda es para todos, no solo para sus futbolistas. Para los periodistas, por ejemplo, es una llamada de atención: cómo pretendemos tener argumentos, ser profundos y serios en nuestras apreciaciones si no nos preparamos, si estamos más pendientes de las redes, de lo superfcial e inocuo, en vez de ir a las fuentes siempre sabias que son la historia, la literatura y el arte en general.
“Usted a como entrena, así juega”. Colgaré esta frase en mi biblioteca para recordar que nadie vive de improvisaciones perpetuas.
