(VIERNES 12 DE NOVIEMBRE, 2021-EL JORNAL). En el Saprissa de finales de los ochentas, los grupos dirigenciales usaban por lo general esta frase para referirse a sus adversarios: “Sobre mi cadáver”, con lo cual querían decir que jamás apoyarían una iniciativa del contrario.
Hoy ese “sobre mi cadáver” se ha trocado en “detractores”, evocado por el actual Presidente de la Federación de Fútbol, Rodolfo Villalobos, en este contexto de camino al Mundial de Catar 2022.
A los morados en aquellos años no le fue nada bien, apuntaron a un modelo pomposo que tenía como eslogan el que Saprissa era“Poder y orgullo”, y luego de visiones fallidas terminaron por ser rescatados por Jorge Vergara años después.
Partiendo del “detractores” del señor Villalobos, me pregunto qué querrá decir con esa afirmación, porque, por ejemplo, yo podría pensar que ahí suelto anda un detractor fantasma, que dejó que pasaran muchos años con las ligas menores estancadas.
Y ese detractor fantasma, también, no sabe nada, o sabe muy poco, de planificación, porque hoy nuestro fútbol navega a la deriva, y depende, como esta noche, de azares, kábalas y rezos para sacar un partido en el que Canadá, por lo mal que estamos, pareciera a la mismísima Alemania.
Cuando hay un ambiente tan resquebradajado alrededor de la Selección Nacional, como es el que predomina, hablar de detractores y estar confrontando gratuitamente es un error enorme, y son aleteos de quien en el fondo de la ecuación no tiene respuestas.
¿Detractores? ¿Quiénes son los detractores de este fútbol anclado en la mediocridad? ¿Son los señores de saco y corbata que se pasean por el proyecto Gol o los periodistas a los que se les señala claramente sin ninguna base?
Hoy juega la pequeña Costa Rica, la que ha hecho del diminutivo una religión, ante la poderosa Canadá-Alemania, porque nos hemos hecho tan pequeños, tan chiquiticos, tan chiquititicos, que vemos al rival de turno por la lente deformada de los vencidos, al tiempo que los verdaderos detractores lanzan bombas y granadas con tal de distraer a la hinchada, mientras el Titanic se hunde y la orquesta toca, esta vez, una pieza más que desafinada y gris.