Para un hijo de Costa Rica incomprendido y conocedor de Confucio: “Exígete mucho a ti mismo y espera poco de los demás. Así te ahorrarás disgustos”
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 03 DE FEBRERO, 2020-EL JORNAL). Silenciosamente partió como llegó al mundo 101 años atrás. Fue sastre, telegrafista, combatiente del 48, cuando a los dieciocho años se echó un chopo al hombro, matemático, maestro, vendedor de libros, comerciante, ingeniero, filósofo autodidacta, poliglota y abogado.
El “viejo” Inocente Castro Barahona abandonó toda “pelea” la madrugada del 16 de enero; pero deja a quienes le conocimos ( también a las futuras generaciones de ingenieros topógrafos, abogados y jóvenes, en general que nunca compartieron con él), la enseñanza de que “la perseverancia -como él decía- es la madre de todo conocimiento”.
Con solo el diploma de estudios primarios viajó a principios de los setenta hacia Alemania con quien fuera después Ministro de Transportes y su amigo inseparable, Mario Quirós Pascua, donde increíblemente en tres meses aprendió alemán; regresando tres años después con el título de ingeniero y especialista en geodesia.
Y como algunos ingenieros civiles reprochaban al “Negro” – así lo llamaban por cariño quienes le conocían también como poeta- no tener título de bachiller en secundaria y para peor de males traía de Europa la “loquera” de dotar a Costa Rica de un colegio de Topógrafos, se matriculó entonces un semestre en un liceo de San José y en solo seis meses de lecciones presentó los exámenes finales, ganándolos todos con notas arriba de ocho. Bocas calladas entre quienes requirieron cinco años como colegiales.
Algunos ingenieros civiles de esa época eran quienes levantaban planos y realizaban tareas topográficas; de allí algunas amenazas y boicots contra la creación del Colegio de Ingenieros Topógrafos, del que fue su presidente, hasta que lo dejó consolidado para ésta y las futuras generaciones.
Cuando toda su familia y amigos – enemigos también no le faltaba porque él era irreverente entre quienes exigen genuflexiones- creían a “Chente” calmadito, empezó a desaparecerse todas las tardes de lunes a viernes, llegando a su hogar pasadas las diez de la noche, no sin pocos reclamos y abundantes sospechillas.
Todo se aclaró cinco años después cuando un fin de semana preguntó a sus vástagos: Yamileth, Giselle, Lorena y Carlos, así como a “Angelita”, su esposa (qddg), si podían acompañarlo a la próxima graduación como abogado de la Facultad de derecho de la UCR, institución de educación pública, sin la cual, solía decir, “nunca hubiera podido pagar la carrera”, pues entre sus preocupaciones jamás estuvo el dinero. “Entre menos se tenga ‘y el dinero entienda que no es el dueño de uno, más fácil nos vamos cuando nos toque marcharnos”, concluía.
Voló una madrugada fría, friísima, de enero, de puntillas y como el pajarillo que empluma sus alas durante un siglo, sabedor del vibrante viaje que a muchos atormenta, pero que “Chente” inicia riéndose y tarareando, a su modo, la canción de Lencho Salazar , infaltable en sus labios: “cierto que te quisí y que te sigo quisiendo, el amor que te tuvi, te lo sigo tuviendo…” O a lo mejor declamando a Darío: “Dichoso el árbol que es apenas sensitivo/ y más la piedra dura porque esa ya no siente…”
Viejo nunca te lo quise decir, porque vos siempre estuviste por encima del odio o el amor; pero ¡qué falta me haces ahora en mis largas noches de insomnio. ¿Quién va a aplaudir ahora los goles de Saprissa como vos? ¿Te confieso algo más? Muchas veces cuando los dolores del alma nos ennoblecen el espiritú, me hubiera gustado haberte llamado “mi tata” . Otra confesión pequeñita, “Chente”, que sale de acá: Estudié leyes porque una vez dijiste a un colega tuyo: “quien se gradúa y deja de estudiar, mañana amanece analfabeto por desuso”. ¡Siempre me inspiraste ¡ Yo sé que me crees.