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El inmigrante que me salvó en Nueva York

No era asesino ni terrorista

Carlos Morales*

 

(SAN JOSÉ, COSTA RICA 10 DE FEBRERO, 2017-EL JORNAL). En diálogo con Fox News, Donald Trump minimizó los asesinatos políticos con arsénico y otras armas, que pudiera haber cometido el ruso Vladimir Putin y  hasta los comparó con los ejecutados por Estados Unidos, así, sin precisar.

El diálogo televisual giraba sobre el bando anti-migrantes que prohibió (por unas horas) el ingreso a USA de posibles “asesinos, terroristas y violadores” de religión musulmana.

Trump quiere impedir que entren a su país TODOS los seres humanos que practiquen la religión de Mahoma, y como eso no es fácil de controlar, señaló siete países (Siria, Irán, Irak, Sudán, Libia y Yemen) y les vetó cualquier visa de ingreso.

Como sin duda se le van a colar muchos, la medida resulta odiosa, pues la gran mayoría de ellos llegan en son de paz y contribuyen a realizar en USA las tareas que los nuevos pilgrims del May Flower ya no quieren desempeñar.

Yo me topé con uno de los colados y por dicha que era Obama el gobernante, porque si no, todavía andaría buscando un cónsul o una fiscal que me sacara de la tierra prometida.

Hace unos días confesé cómo esa gran nación me convidaba, en los años 70, a conocerla con all expenses paid; y ahora NO voy a contar cómo me persiguió después y me prohibió la entrada varias veces…

Porque lo que quiero contar es sobre un musulmán milagroso que no era ni asesino ni terrorista y que Trump hubiera insultado y coceado, pero yo lo volvería a abrazar y hasta lo nominaría para la orden de la cruz al mérito.

Concluida una linda gira por la costa de Massachussets, hará apenas tres años, alisté con mi compañera las maletas en el hotel para tomar muy temprano el vuelo a San José desde el aeropuerto JFK. En vez de pedir un taxi al Yellow Cab, que es lo lógico, se me ocurrió salir a la puerta y tomar uno que por allí circulara, con el pensamiento sincero de que así era más seguro que ayudaría a un salvadoreño, a un ecuatoriano, a un dominicano o hasta conocería un tico tras el volante.

No fue así, el conductor era un oriental de pronunciación tan deficiente como la mía y lo supuse indio o paquistaní, pero igual podía ser un musulmán de los siete del patíbulo.

Silencioso, con un inglés tan trabado como el mío, habló poco durante el trayecto. Vi el número del taxi en la rejilla y para anotarlo (cosa que no hice) descargué mi estuche de computadora en el asiento… Buscando la terminal No. 4 y tratando de entenderme con el hindú aquel, me distraje y como es de suponer, al bajar, tras las maletas, dejé olvidado el estuche. El taxi tomó su camino a Manhattan.

Entre carritos de maletas y el temblorín propio de una mañana fría, llego al mostrador de la aerolínea cuando están abordando y descubro que no tengo el maletín. Se lo confieso a María y entramos en desesperación los dos.

No había una laptop en el estuche, solo cosas de menor valor, pero iban los dos pasaportes, la cámara con las fotos de Niágara y los tiquetes de vuelo. Es sábado todo cerrado y el lunes Thanks Giving… Perdónenme la franqueza, pero aquí nos llevó puta.

–¿De cuál compañía es el taxi? ¿De qué color es? ¿Tiene el número? ¿Tomó el apellido del chofer? ¿Era blanco?

Nada. No habíamos anotado nada.

–Vaya al piso uno, llame a objetos perdidos, busque al despachador en el sótano o llame de un público al 911.

Nada. Nos perpetuaremos en el JFK, como Tom Hanks.

En 20 minutos sale el Avianca 640.

Estamos en ese corre-corre, cuando veo aproximarse a la rampa un Yellow cab con tremendo triángulo de DRACULA, la película, que se estrenaba por esas fechas. Me hace tilín el corazón y me repica la memoria gráfica…

Salgo al puto frío y del taxi desciende un “paquistaní” sonriente que me sacude en lo alto de su brazo el perdido maletín. Me vuelve el alma al cuerpo. Voy, lo abrazo, le digo que se ha ganado el cielo, le doy una propina y lo beso en la barbuda mejilla… Yo que me consideraba tan macho.

Gracias a ese musulmán honorable que se devolvió desde Queens con su taxi para salvar a dos turistas despistados y dejar en alto el honor de su país adoptivo, logramos entrar de últimos en la cabina del Boeing 737.

Era un anónimo inmigrante, como los padres de Trump, como Melanie, como todos los gringos no apaches nativos. Pero no era platero, ni asesino, ni terrorista, ni violador.

Desde acá le rindo homenaje a él y a toda su familia sufriente y perseguida, porque de los perseguidos será el reino de la paz completa… Aunque tengan que esperar el impeachment.

 

Los taxis en Nueva York son usualmente conducidos por inmigrantes.

 

*Escritor y periodista. Para más información visite su web: www.carlosmoralescr.com

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