EDITORIAL
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 26 DE JUNIO, 2019-EL JORNAL). Costa Rica vive horas difíciles, con un gobierno que va por un sendero, si es que lo tiene, y una población que cada vez encuentra más dificultades para salir adelante en el día a día y para cumplir con sus obligaciones a fin de mes.
Hay un divorcio absoluto entre lo que sucede en la realidad y la imagen que se ha construido el Presidente Carlos Alvarado y sus ministros y funcionarios de alto y medio rango. Pareciera que viven en un país de hadas, lleno de magia, donde hay para todos empleo, bienestar y solidaridad, y sin embargo, si se camina a pie de calle cualquiera podrá notar no solo el desencanto de la clase trabajadora, sino también de maestros e incluso de funcionarios públicos, cuya institución en cualquier momento la cierran, o al menos viven con ese fantasma.
La manifestación de los pescadores, un sector abandonado por el Estado costarricense desde hace más de tres décadas, que terminó con un grupo que trató de entrar a la brava a la Casa Presidencial es una muestra inequívoca de que el descontento es cada vez más creciente.
A ese descontento de los pescadores fácilmente pueden unirse los agricultores, los pequeños y medianos empresarios, los artesanos y un alto porcentaje de costarricenses que cada vez que intentan una forma de salir adelante, se topan con miles de obstáculos para siquiera procurar llevar sustento a la mesa de sus familias.
Y ese mito de que Costa Rica es un país de paz se resquebraja cada vez más. Mirar por ese lente, como lo hace el Presidente Alvarado, es mirar, una vez más para otro lado.
Lamentablemente la cultura de paz, tan bien publicitada hacia el exterior, pero tan maltratada hacia el interior, tiene un límite y el costarricense de a pie no busca hoy discursos semióticos baratos, no, lo que busca son respuestas tangibles para poder mirar con orgullo y comprensión a sus hijos en cada uno de los hogares.
Crece el descontento y no parece haber liderazgo ni en Gobierno ni en los partidos de oposición en la Asamblea Legislativa. En fin, este país parece ir rumbo al despeñadero y a pocos en el poder parece importarle.