(VIERNES 04 DE FEBRERO, 2022-EL JORNAL). Gianni Infantino es un dandi que un día por azar, por el divino azar, se topó con la suerte de que podía ser presidente de la FIFA y luego de que lo eligieran preguntó: ¿Y qué es la FIFA? Alguien le susurró que como su nombre lo indicaba, era una transnacional de fútbol, y ahí se despertó la fiera, al hombre se le iluminó el rostro y supo entonces que podía hacer el negocio de su vida.
Y para ello aspira a la robotización de los futbolistas. Los quiere convertir en caballos árabes, ideales para la resistencia y para que jueguen como si fueran robots japoneses de última generación.
Rodrygo y Vinicius después de un viaje desde Brasil hasta Bilbao, y tras jugar contra Paraguay, disputaron un partido con menos de 48 horas de descanso, fueron fantasmas extraviados en La Catedral.
Joel Campbell disputó los dos primeros encuentros de Costa Rica ante Panamá y México de manera extraordinaria y frente a Jamaica flotaba en la cancha, porque las piernas y la cabeza no le daban, logró su gol porque está en un momento cumbre, pero no podía jugar dado que no es un robot y es a eso a lo que aspira Infantino, que ahora vive en Catar y dejó atrás la fría Suiza.
Su idea de un Mundial cada dos años y además con la justificación de que ello llevaría progreso social en especial a países del tercer mundo es una milonga vergonzosa e infame.
¿Quién se cree este Infantino para decir semejante justificación sin ruborizarse?
Mientras algunos se tocan los bolsillos y hacen números de lo que podría significar un Mundial cada dos años con 64 selecciones, los jugadores, que son muy obedientes, empiezan a caerse de las convocatorias, porque el cuerpo es sabio y avisa, y aunque hoy la preparación les permite un mayor rango de competencia, al fin del día Messi, Cristiano, Benzema y Lewandoski son seres humanos con una biología similar a la del resto de los mortales.
Si Infantino, ese chico guay, como dirían en México, que habla español con cierta facilidad, quiere hacer caja, no debería ser a costa de los futbolistas, los que tienen que empezar a hablar desde ya, porque un Mundial cada dos años es autoboicotear el fútbol, esa perla que emergió a mediados del siglo XIX y vino a conquistar los corazones de millones de seguidores en el orbe, precisamente por su sencillez, por su naturalidad, por su capacidad de generar asombro, y por ser una metáfora perfecta de la vida.