EL PLACER DEL TEXTO
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(SAN JOSÉ, 24 DE NOVIEMBRE, 2016-EL JORNAL). Con las alertas al rojo vivo, por el ya famoso huracán Otto, me han empezado a llegar avisos de quiénes están bien por medio de Facebook, y no he podido dejar de preguntarme si algún día, pasada la tormenta de las redes sociales, volveremos a ser humanos.
Es decir, si por alguna vez en la vida podremos ir a tomarnos un café con una amiga y lograr el milagro de que pasen una hora, corrijo, 15 minutos, sin que miremos con desesperación el celular para confirmar si tenemos un mensaje de What’sApp o alguna alerta en el buzón de los correos electrónicos.
Me pregunto, también, que pasará con las parejas de Facebook, cuando esta red social empiece su decadencia, y ya no tengan esa vitrina universal para contarnos su relación perfecta, llena de guiños e imágenes en las que solo hace falta el halo angelical como boleto directo al cielo.
Y me pregunto si con el ruido de los celulares, Facebook, What’sApp, Twitter, Instagram y un centenar de redes y de “apps” que condicionan la vida cotidiana, si volveremos, de verdad, a interesarnos siquiera por escuchar lo que nos dice ese prójimo que habla nuestra lengua y utiliza gestos milenarios que deberíamos entender pero que ahora a menudo pasamos de largo.
(¿Volveremos a tener la capacidad de escuchar con alma y corazón al otro, y a partir de esta comunicación llegar a entenderlo antes de acribillarlo con prejuicios y preconceptos? ¿Volveremos a tener empatía y compasión por ese prójimo que se cruza accidental o premeditamente en nuestras vidas?)
Y me cuestiono, también, si volveremos a tener algo de privacidad, de modo que no abra el Facebook, por ejemplo, y me tope con una imagen grotesca de la madre que agoniza en algún pasillo del hospital y que su hijo, en ese afán de comunicarlo todo, acaba de subir a la red que hoy gobierna el universo.
El mundo de hoy con sus adelantos tecnológicos en materia de comunicación atropella aquella vieja invención que los griegos llamaron diálogo y que servía, no siempre, pero casi siempre, para que los seres humanos se comunicaran entre sí, y descubrieran la magia de las palabras y el lenguaje del corazón.
Y cuando pienso en esto no puedo dejar de evocar al periodista y escritor J.J. Benítez, quien ha dedicado más de 40 años y 70 libros a hurgar en lo extraño y en lo oculto para descubrir indicios y huellas de extraterrestres, pues hoy, con solo que haga clic en Internet, podrá toparse con un sin fin de humanoides extraviados en esta nueva babel de celulares y redes sociales, y presos de esa histeria colectiva por hacer todo público—incluidos el ridículo y el dolor—con la pobre e inalcanzable aspiración de que así se comunican mejor.
En fin, me pregunto, en medio del crudo invierno, ¿si volveremos a ser humanos al menos una vez más en la vida?
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