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¡Vamos al circo!

(VIERNES 07 DE FEBRERO, 2025-EL JORNAL). Seguramente a más de uno haré “agua sus bocas”, cuando cuente sobre mis vacaciones de fin y principio de año en un país único en el mundo por su belleza natural, las caritas risueñas de sus pobladores y el circo más grande del orbe, del que disfrutan   su bondadosa gente desde hace 200 años.

Un español atorrante me embarcó a que visitara por segunda vez en mi vida la “gran carpa”. La primera experiencia fue en la década de los ochenta, cuando me regalaron la entrada al gran “Circo de Moscú”. Sencillamente indescriptible. No sabía sí, en la entrada, estos artistas “rojos”me habían echado algo raro en la nariz o, aquella maestría sincronizada de belleza humana estaba constituida de alma, mente y pellejo.

Desde entonces, me enamoré perdidamente del circo, resignado a que en el mundo no hubiera uno igual o superior a estos soviéticos triunfadores indiscutibles sobre el ejército nazista de Hitler.

Fue hasta que este ibérico me convenció sobre este pequeño país, su amable gente y la clase de circo con que contaban, con funciones de noche, de día durante los trescientos sesenta y cinco días del año.

En el “Gran Circo de la Paz”– así se llama en honor a un premio Nobel que tuvieron- los leones, tigrillos, jaguares y hasta unos elefantes blancos, andan domesticados entre la inocentada concurrencia que disfruta el momento. Y no crean que estas fieras tienen las garras recortadas o limados sus enormes colmillos.

¡Todo es al natural! De hecho, aquí está prohibido hacer daño a los animales, aunque nunca nadie estuvo en la cárcel por este tipo de maltratos, al menos eso me aseguraron.

Sin embargo, el número llamado “malabarismos autóctonos” fue el más aplaudido, sin duda alguna. Estuvo a cargo de un personaje maravilloso recientemente incorporado a este elenco. Según explicaron, venía de un país lejano a realizar el llamado “salto al vacío”.

Consistió en tirarse  atado a una cuerda oculta en su cintura de una altura de aproximadamente un sexto piso y a pocos metros del suelo, la soga se desenrolla para quedar suspendido en medio de la gritería y los aplausos de los presentes.

Por la forma que rodearon a este maromero – había muchos intelectuales y universitarios, en cuenta uno de ellos que popularizó en este país una frase, como algo así: “a mañanear tempranito” – las primeras armas para el circo comenzaron cuando empezó a vender “ilusiones de humo” desde la escuela de Economía.

Él mismo contaba cómo los malabarismos habían ganado a su profesión para  luchar  por la vieja ilusión de dotar a  cada provincia de la pequeña nación de su respectivo circo, si algún día lo hacían presidente de la república.

Sin embargo, el número de ventriloquía, a cargo del “pequeño gran gigante”, llamado “Demóstenes el zazo”, fue el que más me entusiasmó, debido a la facilidad con que su arte contagia a la gente.

Su ácida crítica de  por qué la gente muere acá sin mayor seguridad social, pero con “santos oleos” y confesiones de primer orden a cargo de los sacristanes hospitalarios, así como él  arreglaría el costo de la vida, hace que la oratoria del famoso filósofo griego quede en el suelo  cuando el muñeco toma el micrófono.

La frase final del muñequillo sobre “sin plata no tenemos circo”, hizo recordar otra anterior presente en este país por varias décadas en las cantinas y el bajo mundo, que dice, palabras más palabras menos, «sin violines no hay tractores».

Tantas emociones encontradas me causaron náuseas y reflujo, por lo que dejé la gran carpa, aunque adentro la algarabía seguía en medio de la expectativa de la gente.

Resulta que cuando salía del lugar -no oí totalmente el “comercial”- el verdadero dueño del circo, un gringo de apellido Rubio, pocas horas antes de esta función, llegó hasta el  circo a reclamar la propiedad de los animales.

Periodista, abogado y notario por la U.C.R

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