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Una memoria rural y cosmopolita

La mejor prueba del creciente deterioro de la Humanidad es que cada día somos gobernados por líderes más tontos.    Charles Darwin

(MARTES 16 DE JULIO, 2024- EL JORNAL).  El nacionalismo o el localismo es una tendencia humana tan propia y antigua como el sentido gregario y de pertenencia, que todos los hombres padecemos.

Es muy natural que nos refugiemos en nuestros núcleos: ya alrededor de la familia, ora en el calorcito del barrio, en el cariño del poblado, entre las fronteras y, así sucesivamente en ámbitos más amplios, hasta que, por razones de beligerancia –rasgo también muy humano– tropecemos con una comunidad supuestamente enemiga que nos despierta el nacionalismo fanático y el odio por los otros. Esa es ya la desgracia de la existencia: la guerra en todas sus expresiones, siempre inútil o estúpida, que puede estallar por la mera diversidad, o de la ignorancia que, por supuesto, a todos nos involucra.

Pero eso es ya otro cantar y aquí lo que me interesa resaltar es que, en este libro, el escritor Hernán Solís ha logrado definir y poetizar, las características, leyendas y tradiciones, más profundas de su pequeño condado alajuelense, Zarcero, que, sin pasar de los 3.000 habitantes, constituye un bellísimo sitio de convivencia rural en el que se reflejan todas las alegrías y pasiones cotidianas de cualquier enclave montañoso donde el hombre crea, produce y vive en santa paz. Es decir, un microcosmos, un rinconcito o espejo de la nacionalidad agrícola costarricense, en tiempos de guerra.

Son 35 historias muy bien hilvanadas, con mucha gracia y con una estructura de tensión que invita hasta el final y que encantará a los lugareños en particular.

Ya en su anterior y muy aclamado Relatos de un tatarabuelo potencial (EUCR 2019), el autor nos conectó con un mundo de vivencias campesinas que encantaron a sus lectores y que, sutilmente, constituyen el rescate memorístico de una Costa Rica agraria que pocos quieren recordar, sin darse cuenta, por supuesto, de que allí está la génesis de nuestra idiosincrasia y, se asienta, por comprensión y entendimiento del pasado, la edificación de nuestro futuro.

Tal vez con un poquito de hipérbole, plenamente justificada por ese estilo lúcido, chispeante, lleno de humor y de terneza campesina, he comparado el Zarcero literario de Hernán Solís con el Macondo de García Márquez y la Yoknapatawpha de Faulkner, pero es que aquel primer tomo me conmovió y me convenció de que Solís, en ese encantador recordatorio de su montaña, nos trae a la mente a Magón, a Carmen Lyra y a Marcos Ramírez, y nos dice que todavía hay autores que sí saben lo que es el encanto poético de las palabras, el ritmo y cadencia del buen decir y la penetración psicológico-social, cargada de humor, para rescatar los inmarcesibles valores de nuestra nacionalidad, que radican en la memoria de los viejos, donde se perfila el futuro de los güilas.

Descúbranlo ustedes, nuevos lectores, en esta secuela plena de realismo, gracia y sagacidad campesina, memorias impregnadas de una malicia indígena que heredamos desde la incursión ibérica, y que debemos salvaguardar para entendernos, y para que no nos pase lo que preveía Darwin, que es repetir la historia como estulticia, por no aprovechar y justipreciar los méritos y enseñanzas de nuestro pasado. Puede ser que la cita de Darwin sea tan apócrifa, como tantas otras que circulan en Internet, pero, de que es verdad, no tengo la menor duda. Además, se puede extender a muchos otros campos de la cultura, no solo a la política.

Para Editorial Prisma es un honor, acoger en su catálogo, este álbum de memorias que rescata valores, costumbres y tradiciones de nuestro pueblo, que están siendo avasallados por esa mentalidad de reguetón y perreo que agobia –por ahora– al mundo entero.

Esta es una continuación tiquísima, vernácula, transportada hoy a geografías lejanas como Grecia, Turquía, Egipto, Rumanía, México, Bolivia, etc., de aquellos Relatos de un tatarabuelo que, evidentemente, el público de Solís estaba reclamando.

Están invitados a un hermoso viaje. Ojalá que lo gocen mucho, pero, con paciencia y afán de lectura, porque es largo y divertido, como los chiflidos de Edgardón, el hombre más valiente del mundo.

 

Presentación al libro, De las vacas de Zarcero a los camellos del Sahara, de Hernán Solís, en Editorial Prisma 2024.

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