REPORTAJES EL JORNAL
(VIERNES 13 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL). Rodeado de una exuberante vegetación, Tiquires fue un pueblo enclavado en las montañas de Acosta, y que desapareció en 1986: visitar hoy los vestigios que todavía sobreviven, es como iniciar un viaje por el Comala fantasmagórico e irreal de Juan Rulfo.
Aún quedan restos de lo que fue la iglesia, donde al parecer nunca se ofició una misa; de la escuela, la lechería y las casas alrededor. Al fondo se erige la gran montaña como testigo perenne de los desafíos y los sueños de lo que fue ese pueblo de 28 familias, la mayoría de las cuales se llevaron las casas cuando ya no hubo más trabajo y oportunidades de seguir adelante.
En la actualidad solo quedan dos familias: la de don Luis Quesada y la de un vecino. Y a su alrededor partes de la infraestructura por la que una vez corrieron los chiquillos a la escuela y a descubrir los misterios de la naturalaza imponente.
Tiquires, hoy, es una estampa de la nostalgia y de la memoria, y un lugar ideal para que un novelista ubique la trama de su próxima historia.
Detrás de ese pueblo hubo un hombre que lo soñó. Ese hombre fue José Rafael Echeverría Zeledón, conocido como Junior, quien por muchos años fue el alma de Tiquires, al que contribuyó con su idealismo y la visión de una sociedad justa.
«Junior», como cariñosamente le llamaban en Tiquires y Acosta, falleció el 13 de abril de 2015, a sus 68 años, y buena parte de su vida la dedicó al pueblo de Tiquires de Acosta, donde tuvo su finca.
Los pobladores de Tiquires, ubicado a 22 kilómetros al sureste de San Ignacio de Acosta, al que se llega luego de superar varios tramos de mal camino, trabajaban en la finca de Junior, y cuando ya los recursos económicos no daban, él se las ingeniaba para mantenerlos en planilla y así sostener la integración del poblado.
Aquella finca, de grandes dimensiones, había sido en su juventud el remanso al que siempre aspiró, dado que durante la semana se dedicaba a su profesión de abogado en San José. Quienes lo trataron fueron testigos de su carisma y compromiso. Su hijo Federico cuenta que su verdadera pasión consistía en andar con los peones por diferentes lugares de aquel terruño que hizo suyo, y del que surgieron poemas de gran valía, que plasmó en cuatro libros. (Véase nota aparte).
Tiquires, que según los entendidos significa lugar de aguas, fue para don José Rafael un oasis permanente de idealismo. De esa forma, vio cómo surgieron las casas, la escuela, el aserradero, el templo y el comisariato, y alrededor de su idea de sana convivencia, apostó por un modelo solidario.
SE VENDE LOTE EN ZONA RESIDENCIAL DE ACOSTA
En Tiquires también había lechería y en un momento dado hasta produjeron electricidad. Luego, Coopesantos llevaría hasta ahí la luz.
En ese paraje, entre otras muchas experiencias, vieron el Mundial de España en 1982, lo que en esas latitudes era una proeza tecnológica.
Su amor por la ecología llevó a don José Rafael a grandes gestas, entre ellas a ser uno de los impulsores de la ley que reconoce los pagos por servicios forestales por medio del Fondo de Financiamiento Forestal (Fonafibo).
Ganadería y la explotación de especies maderables, cuyo uso estaba permitido entonces, fueron los bastiones que sostuvieron a Tiquires, que estaba compuesto por cerca de 28 familias, agrupadas en el pueblo que parecía haber salido de la imaginación propia de un novelista.
DESAPARICIÓN
En 1986 Tiquires desapareció, debido en gran parte a que se volvió muy difícil el mantenimiento de las familias, que dependían de la economía de la finca.
Entre las anécdotas que vale destacar está la visita que hiciera en 1977 Rodrigo Carazo, quien un año más tarde se convertiría en Presidente de Costa Rica.
La finca que desarrolló Echeverría la había comprado en 1938 Roberto Zeledón Castro. Y en aquella época era concebida como un lugar idóneo para la caza.
La finca, propiedad de sus hijos, hoy es un reservorio de agua de extraordinario valor, tanto así que de ahí surge el agua que abastece Cangrejal y otras zonas del cantón, y gran parte del futuro ecológico de Acosta pasa por esas montañas, al tener decenas de bosque primario.
La finca, por su extensión y por el bosque que posee, está considerada como un espacio invaluable desde el punto de vista ecológico, para investigación y recursos como el aguay el aire limpio.
Cuando murió todavía le quedaban muchos sueños como poeta, padre y admirador supremo de la naturaleza. Poco tiempo antes de morir, fue a “despedirse” de su amada tierra y pasó una tarde con su familia en el pueblo y en la finca por la que luchó siempre.
Hoy, quien visite Tiquires, tendrá la impresión de hacer un fascinante viaje al pasado y si agudiza su percepción podría escuchar el eco de las voces de los pobladores que un día emigraron en busca de un nuevo destino.
Tiquires tiene la magia, el asombro y la fantasmagoría que se respira en Comala, ese pueblo ficticio de Pedro Páramo, del que parece ser un hermano gemelo.
Al pie de esa imponente montaña, testigo perenne de los días y de las noches, alguna vez existió un pueblo llamado Tiquires, abundante en aguas y en sueños.
RECORRIDO EN IMÁGENES POR TIQUIRES
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