ENTRE PARÉNTESIS
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 22 DE JULIO, EL JORNAL). Hace poco me preguntaron, en una conferencia con jóvenes estudiantes, cómo era un periodista en la vida real. Vacilé un momento, porque si bien el tema era el periodismo, no había pensado ni un instante en una consulta como esa.
Frente al temor de que el auditorio notara en demasía mi duda, se me vino a la mente la figura del periodista y abogado Rafael Ángel Ugalde.
Lo conocí cuando yo no sabía hacer ni siquiera una nota informativa y en mis escritos abundaban las perífrasis verbales, y una serie de subordinadas innecesarias y molestas para el lector, entre otras oscuridades de mi escritura.
El lugar de encuentro fue la redacción del Semanario Universidad, allá por 1991, y lo primero que me llamó la atención fue su singular humor: ácido, negro, pero siempre bien intencionado. A la distancia se parecía a Nietzsche, con su bigote del siglo pasado, pero más tarde descubrí que en verdad quería parecerse a su amado apóstol y maestro: el gran José Martí.
Más tarde descubrí que tenía una curiosidad aprueba del tiempo y que tanto podía hacer una nota sobre la situación del imperio ruso, como una crónica entre Cartaginés y Saprissa.
Las primeras notas, línea a línea, párrafo a párrafo, me las corrigió con la paciencia de orfebre, pero sin ninguna contemplación, a tal punto de que yo era el que las firmaba pero él las reescribía.
Pasaron los años y me ha tocado el honor de hacer de editor de sus notas ahora en EL JORNAL. A sabiendas de que se iba a pensionar, Rafa, como le llamamos cariñosamente, estudió Derecho en la Universidad de Costa Rica, carrera en la que se graduó con honores, pero él mismo cayó en su propia trampa: no pudo jamás dejar de ser periodista y reportero ni siquiera por un instante de su vida.
Hace poco viajó a París, a visitar a su hija, y me imagino la congoja de ella, porque en vez de disfrutar de la majestuosidad de la arquitectura y de toda la cultura que encierra la capital francesa, se pasó la mitad del tiempo preocupado por saber si las crónicas y las notas enviadas a EL JORNAL habían llegado bien.
Entonces, me dije: Rafa es el reportero que yo quisiera ser. Sin importar el lugar, la hora y la circunstancia, siempre piensa, actúa y vive como un periodista. Y nunca olvidaré uno de sus consejos de oro: por la naturaleza del oficio, el periodista tiene el deber de estar siempre una grada más arriba que el común de la gente. La frase es todo un decálogo de ética.
Si algún joven estudia periodismo o quiere seguir los pasos de grandes como García Márquez o Gay Talese, primero debería sostener una conversación con nuestro admirado Rafa, porque estaría en presencia de un reportero que lleva la pasión del oficio en los genes.
Estamos frente a un periodista y un ser humano de una talla extraordinarias. Es un hombre hecho de buena madera en todo el sentido de la palabra, como lo calificaría el gran Machado. No está enfermo ni piensa morirse pronto, pero hace tiempos le debía este humilde reconocimiento.
Qué bueno sería que el Colegio de Periodistas le brindara su merecido homenaje. Igual podría hacer la Universidad de Costa Rica, que en los tiempos duros no solo fue su alma mater, sino su casa literalmente, porque a falta de dónde quedarse, muchas noches durmió en el Semanario Universidad con la complicidad del director de entonces.
Como diría Boris Polevoi: Rafa Ugalde es un periodista de verdad.
*El autor es director de EL JORNAL Y Máster en Literatura.