DONALD TRUM PUEDE CAERSE SI SIGUE CON SU RETAHÍLA DE DISPARATES
Carlos Morales*
(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 31 DE ENERO, 2016-EL JORNAL). No me gusta contar lo que ya he contado, pero me encanta contar lo que nunca he contado, y eso lo disfruto tanto, como si lo estuviera inventando.
En febrero de 1974 atendí una “inocente” invitación del gobierno de Richard Nixon para hacer un recorrido por todo su país en lujosa excursión de dos meses. La primera parada fue Washington y allí, en el temido Department of State, planificamos el largo viaje, de ciudad en ciudad y con todo tipo de transportes. Fue una obra maestra de relojería.
Una de mis primeras entrevistas en la opulenta capital del DC fue en el entonces poderoso The Washington Post, que estaba en la calle 15ª y no en el pequeño local de ahora frente a Franklin Square. Un periodista canoso (no voy a rajar que era Ben Bradlee, porque no me acuerdo) me paseó por todos los rincones y yo (que era un imberbe aprendiz de escasos 25 años), no acababa de comprender, fascinado, cómo una sala de redacción de periódico podía ser tan grande como el Estadio Nacional. Vimos cada una de las secciones y en un pequeño cubículo me presentó a dos jóvenes reporteros apenas un pelito mayores que yo. –Cuando usted termine su viaje verá en todas las portadas a estos dos compañeros, ya va a salir su libro, me dijo. El uno lucía pantalón beige de armi y camisa gris con corbata; el otro unos jeans muy ajustados y camisa a cuadros verde. Eran los cocos del Watergate: Bob Woodward y Carl Bernstein, que en ese momento tenían en aprietos a la Casa Blanca, saltarían muy pronto a la fama mundial y apenas recuerdo haberles dado la mano.
Cuando fui a la White House, por la Avenida Pensilvania, vi a un extraño grupo de gringos con pancartas que formaban círculo en una plazoleta. Los carteles decían IMPEACHEMENT en grandes letras, y era la primera vez que yo miraba ese vocablo en cualquier idioma. Con mi inglés perfecto, no asocié ni entendí nada.
En los recorridos por unos veinte estados de la Unión, me topé con muchos manifestantes del mismo tipo y cuando pregunté por la palabra, me indicaron que era un pedido de destitución contra Nixon por el caso Watergate y que nunca se había aplicado en la historia de la Constitución, salvo en el caso de Andrew Johnson en 1868.
En efecto, cuando llegué a San Francisco, final de mi ruta, la gigantografia de aquellos reporteros me salía en todas las paredes: All the President`s men, acababa de publicarse y solo unos meses después, (agosto 1974), Nixon tuvo que renunciar. La fuerza del pueblo y de la prensa verdadera cumplieron su cometido.
Con dos cámaras legislativas a su favor Donald Trump sería difícilmente procesado mediante un impeachement, pero son tantas y tan garrafales sus metidas de pata, que una proliferación de marchas por todas las calles de Estados Unidos lo podrían llevar a renunciar antes de que termine el periodo.
Yo pude ver aquello en 1974. No creo que ahora sea imposible y deseara que no me lo esté inventando, porque, de lo contrario, la suerte del mundo estará en las peores manos que imaginarse uno pueda.
*Escritor y periodista. En su página web puede consultar más información sobre el autor