(LUNES 22 DE ABRIL-2024-EL JORNAL). En el fútbol cada cual levanta su bandera y se otorga el éxito que quiere y un partido tiene múltiples miradas y conclusiones.
En el caso del clásico, el empate refleja con exactitud lo ocurrido: ni la Alajuelense ni Saprissa merecieron más.
Los morados, que parecía que venían en una franca mejoría, volvieron a sus andadas, porque después de ir ganando 2 a 0 al minuto 80, estuvieron cerca de perder el encuentro.
Es cierto que acusaban muchas bajas, pero el fútbol no puede regirse por los que no están. Y en el caso de la Liga, si bien Alexandre Guimaraes apenas tiene un mes de trabajo, que es nada en fútbol, dado la exigencia, hay un ‘algo’ que no termina de entroncar en el equipo rojinegro.
Da la impresión de que falta una pieza para poder armar ese rompecabezas y que esa pieza no termina por encontrarla su nuevo técnico. En la última línea, en el último pase, Alajuelense es un equipo que deja mucho que desear, mientras que atrás Manrekar James y el joven Jeyland Mitchell no terminan por convencer, por más que este último sea una aparición interesante y una apuesta clara del entrenador.
Aunque hubo mucha intensidad en el juego, fue una intensidad con poco sentido y este es un aspecto que no podemos pasar de largo. Es cierto que a nuestro fútbol se le reclama mayor intensidad, pero todo ha de tener un propósito. No es correr por correr. Detrás ha de haber un plan.
La conclusión que deja el clásico es que ambos equipos no atraviesan su mejor momento y el hecho de que Alajuelense haya venido de abajo para llegar al empate, no les garantiza nada. Ya se sabe que cada juego tiene sus propios códigos y enigmas. Nada, por lo tanto, se puede dar por sentado.
Un clásico con mucho fuego, pero con poco fútbol. Aunque el espejismo puede indicar otra cosa.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL
