Por Carlos Morales*
(VIERNES 06 DE NOVIEMBRE, 2020-EL JORNAL). No se han definido las elecciones en USA cuando escribo estas líneas, pero ya es cuestión de horas para que el demócrata Joe Biden supere, en los cuatro estados clave, al vociferante Presidente derrotado.
Al final de cuentas, los resultados no se alejan mucho de las criticadas encuestas, y el alocado gobernante perderá por una diferencia de más de 4 millones de votos, lo que refleja que solo la mitad del pueblo norteamericano se merece al imbécil destructor que metió por cuatro años en la Casa Blanca.
Lo que interesa hoy es lo que va a pasar. Nadie piensa que los reclamos judiciales de Trump encontrarán asidero alguno en las legislaciones estatales que estaban previamente acordadas, y en un complicado sistema bipolar y caduco de votación que data de 1787.
Lo que sí podemos anticipar es que todos los berrinches del zanahorio republicano le han propinado un daño terrible a la muy cacareada democracia norteamericana y, en cierta forma, implican un proceso de decadencia del imperio que difícilmente se pueda revertir.
Eso es lo que pasa siempre cuando se mete a un payaso en la jaula de los leones o cuando se le pide a los elefantes que hagan el número del trapecio: se cagan en el circo.
Trump, con su retahíla de mentira, insultos y estupideces (véase Not, never Trump…) , ha dejado por el piso la blanca casa de los padres fundadores. Y no es cuestión de una pintada, pasarán años para que recobre su brillo. Si es que lo recobra.
En cuanto al bocón de la sin razón, tiene sus días de libertad contados, pues por sus negocios con las mafias, sus declaraciones falsas al IRS (Internal Revenue Service) y las deudas con banqueros alemanes y otros glotones rusos, puede terminar en la cárcel.
Y si lo examinan bien por su enfermedad narcisista y arrebatos de lo absurdo, también puede parar en algún loquero de Palm Beach, donde ni Melanie quiera darle la mano.
A los memes me remito…