(MIÉRCOLES 14 DE SEPTIEMBRE, 2022-EL JORNAL). Costa Rica, la Suiza centroamericana sin violencia y donde la gente es la más feliz del mundo, vive en los extremos inverosímiles de la realidad.
Por un lado un diputado –Horacio Alvarado—propone un proyecto para multar a los que no votan, mientras que en la otra orilla hay una Comisión de Arbitraje que piensa que puede mejorar el fútbol y la educación de los jugadores a punta de tarjetas rojas.
La comisión y el diputado Alvarado tienen algo en común: ponen la carreta delante de los bueyes, porque no entienden lo que se debe de hacer.
Un juego se maneja con la personalida del árbitro, con prestancia, con altura, con autoridad, no disparando tarjetas a diestra y siniestra, por más que ahora los apoye Jafet Soto, el cameleónico gerente rojiamarillo que hasta hace unos meses denunciaba lo pésimo que era el árbitraje nacional.
Y unos votantes no se llevan como ovejas al matadero amenzados por multas millonarias. No, señores, ambos casos son un asunto de formación y educación.
Todo pasa por la cultura, por cómo asumo mi rol dentro del ámbito en el que me desenvuelvo. Y aquí admito que los equipos deben reunir a sus jugadores y pedirles que no excedan los límites en sus reclamos y que muestren una mayor madurez y respeto.
Si no se entiende lo que se debe mejorar, como pasa con el arbitraje y la política, seguiremos raudos al despeñadero.
