(VIERNES 25 DE FEBRERO, 2022-EL JORNAL). El fútbol de Costa Rica es una industria rezagada en el plano centroamericano y más allá de estas fronteras no existe como tal.
Los dos males enumerados por Christian Bolaños –intensidad y formato del campeonato– son solo el síntoma de un mal mayor.
Los pocos jugadores que salen a mercados de segunda categoría en Europa no triunfan generalmente y en el mejor de los casos se mantienen en las sombras.
La Selección Nacional, que en el 2014 alcanzó un puesto fantástico en Brasil, ha venido como el cangrejo en competidores posteriores.
Los equipos siguen teniendo condiciones de infraestructura del siglo pasado. Algunos no tienen luminarias para jugar de noche. Otros no poseen estadio del todo. Y muchos que sí tienen, cuentan con instalaciones obsoletas en casi todos los sentidos.
Los dirigentes carecen de la capacitación adecuada y todavía piensan como aficionados. Los análisis y las proyecciones que hacen de sus equipos no son con base en elementos fácticos, sino circunstanciales y así es como se ha ido gestando el rezago, al punto de que si Nicaragua decidiera invertir en fútbol, en una década sus equipos meterían temor a los nuestros.
Al lado de los males enumerados, hay un desorden extraordinario en cuanto a las franquicias, que hoy están en Puntarenas, mañana en Limón y pasado mañana en Liberia. Eso es tierra de nadie.
Aunado a lo anterior, la inestabilidad en los banquillos, que sucede en todo el mundo, en Costa Rica es más grave porque el torneo es más corto que en muchas geografías, lo que obliga a buscar resultados inmediatos y conceptos como mediano y largo plazo no existen.
Con el panorama descrito, entonces, no es de extrañar que en la Concachampions seamos la cenicienta de Centroamérica y que vivamos más de espejismos que de realidades.
Lo más grave es que los equipos se cuentan y se creen su propio cuento y abundan en justificaciones, mientras en la cancha observamos partidos mediocres, pobres y limitados, con equipos que solo juegan a no perder y en sus cálculos no existe la victoria, porque ella implica riesgo.
El fútbol costarricense, por ende, necesita de un remezón, pero esto solo podrá darse si se botan las viejas estructuras y se erijen nuevas, tanto físicas como mentales.
Una industria del tercer, cuarto o quinto mundo, como diría Gaetano Pandolfo: eso es nuestro fútbol.