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Si los árbitros hablaran

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 18 DE SEPTIEMBRE, 2O20-EL JORNAL). Los árbitros en el fútbol de Costa Rica todavía tienen una condición fantasmal. No son, para empezar, asalariados de la Federación Costarricense de Fútbol y su condición muchas veces roza  con lo que sucede en ligas aficionadas en otros países.

Tampoco tiene la posibilidad de la palabra. No hablan. Contrario a lo que sucede en otras latitudes. He escuchado interesantes declaraciones de un árbitro previo un Real Madrid-Atlhetic de Bilbao y hablan con una categoría envidiable.

Gil Manzano (Gilman para el gremio) explicaba en la temporada 2019-2020 que él veía los partidos para estudiar el movimiento futbolístico y el comportamiento de los jugadores.

En nuestra pequeña Costa Rica los árbitros se han autoimpuesto un silencio monacal. Entre más lejos de la prensa y de la afición, mejor, parecen decir.

De ahí que sea significativo el hecho de que Ricardo Montero haya reportado lo sucedido al final del juego entre San Carlos y Saprissa, tras el cual recibió insultos de algunos dirigentes locales.

Los propios dirigentes lo han aceptado, vaso incluido, aunque sobre este particular esgrimen el argumento del accidente. Más allá del accidente o no, lo relevante fue que a Montero no le tembló el pulso para incluir lo ocurrido en su reporte.

El asunto cobra relevancia porque lo hecho por Montero es la excepción y no la norma: si los árbitros hablaran de lo que pasa en cada encuentro, Netflix ya estaría tocando a sus puertas para filmar una exitosa serie.

Muchas veces a los árbitros nacionales, que cumplen una función esencial no del todo reconocida, callan por temor y por falta de respaldos, dado que no saben a ciencia cierta si en una situación límite contarán con el apoyo de la Fedefutbol.

Incidentes, con razón o sin ella, siempre habrá: lo relevante es que los árbitros rompan esa muralla e incluyan en sus reportes todo tal y como sucedió, sin importar las consecuencias, dado que no pueden controlar el proceder de dirigentes, jugadores y aficionados.

 Cuando tengamos árbitros-cronistas, dueños de la palabra para contar lo sucedido durante y después de un juego, nuestro fútbol habrá dado un paso adelante y empezará a salir de las tinieblas del espeso silencio en que en que se ha sumido.

 

*El autor es periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez.

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