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Saber esperar

José Eduardo Mora*

CIUDAD Y CAMPO

(SAN JOSÉ, COSTA RICA, 06 DE FEBRERO, 2019-EL JORNAL). En Elogio de la lentitud, el periodista Carl Honoré, hace un llamado a que cada quien haga una pausa en su agitado mundo y se pregunte si tanta carrera, si tanta locura por vencer al reloj tiene verdaderamente un sentido.

El solo título del libro invita a la reflexión, en una sociedad en la que no se nos ha enseñado a esperar.

Y en una magnífica columna La zona fantasma, como es su habitual estilo, el escritor Javier Marías anunciaba la “futbolización del mundo”, para dar a entender que vivimos en la burbuja de la insaciabilidad, es decir, que hay que ganar siempre, que siempre hay que ser el primero, que siempre hay que levantar la voz, que siempre hay que hablar en la reunión, aunque no haya nada que decir, y que siempre hay que destacar por encima de los otros, aunque los otros, con el silencio sean capaces de decir mucho más que nosotros.

Y la reflexión viene porque Isco (Francisco Alarcón Suárez) no jugó un solo minuto ante el Barcelona, en el empate a 1 entre el equipo azulgrana y el Real Madrid.

De la noche a la mañana, Isco pasó de ser el capitán con Julen Lopetegui a no contar en los planes del actual entrenador del Real Madrid, Santiago Solari.

Y pese al debate, a las muchas horas radio invertidas en su caso en la Cadena Ser, Onda Cero, Radio Nacional de España, etc., el mediocampista sigue firme en su propósito de continuar en el equipo blanco.

Hace bien Isco, las prisas, las precipitaciones, las decisiones en caliente no son buenas consejeras. Que el jefe Solari lo ignora. Que el jefe Solari no valora su talento. Que el jefe Solari hasta tiende a humillarlo dándole dos minutos ante el Alavés. Que el jefe Solari ni siquiera le dirige la palabra. Nada de esas situaciones ni otras, le quitan al gran mediocampista su talento, su capacidad para hacer un pase de 40 metros con los ojos cerrados y dejar de cara al gol a su compañero. Sí, su cultivado talento para la pausa, para saber pensar cuando otros solo corren, hacen de Isco un jugador especial y único.

Que otros se atribuyan logros, como que el equipo ha levantado su rendimiento sin él, como que el Real Madrid hoy hace transiciones más veloces para llegar a marco contrario. Nada, absolutamente nada de ello, oscurece el brillo de Isco, incluso cuando está en el banquillo.

Isco intuye –porque en Málaga, su tierra natal, como en el resto de la España, los dichos  destilan sabiduría popular– que es vana la tarea de querer tapar el sol con un dedo, y que lo suyo es el goce, la visión periférica, la elegancia y la creatividad.

Podría decirse que Isco es al fútbol lo que Paco Umbral era a la escritura, con sus adjetivos llenos de ironía, de destreza, con sus imágenes imposibles y sus barroquismo inalcanzable en Los placeres y los días.

Isco sabe esperar, porque sabe que Roma algún día caerá.

*El autor es director de EL JORNAL.

 

 

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