(SÁBADO 30 DE OCTUBRE, 2022-EL JORNAL). La forma como se ejecutan las cosas suele ser tan importante como las cosas mismas. Si nos desapegamos un poquito de Aristóteles, podríamos concluir que muchas veces las formas son más importantes que el contenido.
En la música –la más sublime de las artes– la forma lo es todo, y el contenido puede quedar en un segundo plano o hasta desaparecer.
En el arte de la política los hechos son fundamentales, pero las formas también cuentan y pueden impulsar grandes cambios. Para bien o para mal.
La historia de la política costarricense, desde sus albores en el siglo XIX, nos remonta a un vasto proceso de liderazgos personalistas, hasta que apareció, en 1939, el Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales (CEPN) y, como su consecuencia definitiva, el Partido Liberación Nacional (PLN).
Se hablaba en aquellos tiempos del Morismo, el Esquivelismo, el Rodriguismo, el Jimenismo y, salvo dos o tres excepciones ideológicas, el caudillaje nos llevó hasta el Calderonismo y el Figuerismo, que detonó la guerra.
Lo que importaba en aquel tiempo era el líder, y no tanto su organización y su ideología.
Pero con la aparición del CEPN y un elenco de visionarios motivados por Rodrigo Facio, las cosas cambiaron.
Se empezó a entender, de una manera moderna, que la política (la más noble de todas las artes, según Aristóteles), demandaba una preparación, una formación y una estructura organizativa que desplazaba al caudillo.
Así creció el PLN, con su formación de cuadros en La Catalina, y, a su imagen, los demás grupos ideológicos. Se probó que era la forma más atinada de alistarse para la toma del poder y para la gobernanza de un estado democrático. El pueblo premió la iniciativa (de por sí internacionalizada), y le dio al PLN el mayor número de triunfos en 70 años.
Empero, como por mandato de Lord Acton (“el poder corrompe”), la bandera verdiblanca fue convertida en una maquinaria electorera y en un antro de corrupción que el pueblo decidió expulsar con el improvisado y hoy fenecido PAC. Y cómo este resultó más de lo mismo, apareció un populista sin partido, sin cuadros, sin organización y sin otro atributo que las tácticas de Steve Bannon, y barrió con el desprestigiado PLN y su derivado blandengue, el PAC.
Nadie con un centímetro de frente le apostaba a un ex empleado del FMI que alquiló un partidillo y luego otro para pretender la Presidencia de Costa Rica. Sin cuadros, ni bandera, ni plata, ni trayectoria, ni nada, Rodrigo Chaves sacó su estilo de autócrata asiático y lo confrontó con las formas blandengues de la política PLN-PAC.
Era casi lo mismo que la aparición de Donald Trump en su elección contra Hilary Clinton en 2016, lo cual ha explicado muy bien Bob Woodward en su libro Miedo (Roca 2018). En términos generales, recaudar votos entre los desencantados del status quo, atacar violentamente a los corruptos y mostrar un estilo fuerte opuesto al “nadadito de perro” de los líderes tradicionales. Aguantó hasta la avalancha de la prensa que, con el caso de acoso sexual, lo atropelló, lo desnudó y lo puso a la defensiva, en claro combate que aún no termina.
Parece que ese show le encantó a la mayoría (no muchos, un 20%), pero suficiente para que llegara sin cuadros y sin nada a la “casita de cristal” de Zapote.
Ya una vez arriba, el pleito iba a continuar. El ahora Presidente Chaves siguió como en campaña, no negoció nada y fue confrontativo con todo lo que no le gustaba. Empezó por La Nación y Canal 7, siguió con la Corte, con los diputados, con las universidades, con la Caja, con los pensionados de lujo, con la Chinchilla, y aquí vamos.
Él dijo que “entramos en una nueva era”, pero lo que está claro es que entramos en otro estilo, y ahí es donde vuelvo yo con lo de las formas.
Se le critica duro porque es duro. Pero eso es porque nos habíamos acostumbrado mucho a los suaves, y ya la gente no quería más guante de seda con tanto pillaje entronizado. (Recuerden el fondo de emergencias, la reelección presidencial, los fallonazos de la corte profunda, la evasión fiscal multimillonaria, Alcatel, las camas finlandesas, la trocha, el cementazo, las estafas del PAC, PASE y PLN, el chorizo de las mascarillas, Meco, la cochinilla; en fin, mil más). Ahí Chaves lleva ganancia (un 70% de simpatía popular, dicen las encuestas).
Sigo creyendo que la conducción del Estado exige una preparación específica y un equipo sólido (a Chaves lo han abandonado ya 17 jerarcas en solo cuatro meses) y, por tanto, no tengo esperanzas halagüeñas de su gestión, sin embargo, me parece que su estilo frontal le puede enseñar a muchos que hay que dejarse de pendejadas y meterle el bisturí sin miedo a cada tumor nacional que los partidos convencionales propiciaron y dejaron avanzar.
Así, por ejemplo, el susto que se llevó La Nación, y la Corte, y los diputados y los pensionados y Liberación y el PAC, servirán para ponerlos en su lugar y remover cuadros y malas costumbres que con el tiempo se enquistaron. El miedo está en otra parte ahora.
¿Vieron que ya ningún periodista le habla golpeado al mandatario, como hacían con Luis Guillermo y con Alvarado? Y Chaves no anda de sobrado cortejándolos, ni pidiendo perdones o implorando apapaches como doña Laura.
Ese estilo chocón puede conducir al desbarranque, si el jerarca no aprende a negociar, pero por el momento va dejando algunas ganancias: bajan el arroz, baja la gasolina, Riteve jaló (ahora se paga la mitad), el FMI firmó, el dólar desciende, las exportaciones aumentan.
Entonces, las formas pueden cambiar el fondo. Si nuestra gente oyera a Beethoven, a Vivaldi y a Mozart en vez de ese regaeton perrero, tendríamos un oído más fino y por allí una vida menos farandulera y estúpida como la que nos venden a diario los medios masivos de comunicación.
Pero claro, el cuatrenio apenas comienza y nadie sabe para dónde agarrarán sus huracanadas fuerzas. Ojalá que se comprenda que en esta lucha de poder y capitales, como en la tonta guerra de Ucrania, lo único inteligente que se puede hacer es detenerla.