(ESPAÑA, 30 DE MAYO, 2017-EL JORNAL).  En un mundo globalizado como el actual, hay que transformar muchas cosas. Tal vez necesitemos inspirarnos con la palabra, establecer vínculos de unión a través de ella, ya sea fomentando el deporte, cultivando el arte o la ciencia, propiciando encuentros con la misma naturaleza de la que todos formamos parte.

De aquí surge esa estética del intelecto, ese diálogo preciso para conectar y cohesionar ideas y sentimientos, lo que nos permite ser personas de acción permanente, siempre que uno sea dueño de sí mismo y se posea como tal.

La libertad, en consecuencia, supone sentirse responsable de esa búsqueda por lo verídico. Quizás, por ello, la mayor parte de los seres humanos prefieran hallarse sumisos a un poder dominador, que suele dejarse encadenar el corazón por el dinero, en lugar de activar dicha potestad en servicio, en donación desinteresada hacia nuestros semejantes.

Sea como fuere, a estas alturas de nuestro caminar, hemos de tomar conciencia de que sólo quien auxilia con autenticidad sabe custodiar, o lo que es lo mismo, vigilar nuestras andanzas, nuestras pasiones y sentimientos, ya que unas serán constructoras, pero también otras serán destructivas.

La cuestión, por tanto, está en el discernimiento, en la compasión y en el empeño que pongamos, para que fructifique el amor y no el odio, la luz y no las sombras, la clemencia  y nunca la maldad.

En este sentido, y por estas fechas cada año, el Día Mundial del Medio Ambiente (el 5 de junio) se organiza alrededor de un tema y sirve para agrupar la atención en una cuestión particular apremiante.

El tema de 2017, precisamente, se centra en la conexión de las personas con el medio ambiente, animándonos a que salgamos de nosotros mismos para adentrarnos en esa naturaleza, tan nuestra y tan de todos.

Miles de millones de habitantes de zonas rurales en todo el mundo pasan su jornada diaria en convivencia con el campo y son plenamente conscientes de que dependen del suministro de agua natural y de que el cielo les provea de su modo de subsistencia gracias a la fertilidad del suelo.

Estas personas son quienes sufren primero las amenazas que los ecosistemas afrontan, ya se trate de la contaminación, del cambio climático o de la sobreexplotación. También, otros moradores de las grandes urbes del mundo, sufren una gran profanación de lo originario que podría subsanarse, puesto que la mayor parte de esta situación irrespirable es ocasionada por el ser humano.

 Para desgracia de todos, no solemos apreciar lo que tenemos hasta que lo perdemos o empieza a escasear.

Ahí está el valor de un aire limpio, la valía de un cauce transparente de agua, la cotización de un bosque protegido como fuente de energía y futura economía verde mundial, así como otros servicios de los ecosistemas, que abarcan desde la actividad de los insectos cuando polinizan los árboles frutales, hasta los beneficios psíquicos, para la salud o recreativos que aporta practicar senderismo.

 

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Hoy sabemos que los océanos, bosques y suelos del planeta, actúan a modo de enormes reservas de gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono y el metano; que los agricultores y pescadores aprovechan los recursos naturales de la superficie terrestre y submarina para suministrarnos alimentos; y que los científicos desarrollan medicamentos a partir del material genético derivado de la multitud de especies que componen la impresionante diversidad biológica de la Tierra.

 Pero de nada sirve esta sabiduría a juzgar por nuestras acciones. Está visto que necesitamos una mayor conexión entre todos. Sin embargo, los Estados Unidos de América ahora están reevaluando su política sobre el cambio climático y el Acuerdo de París y, por lo tanto, no han sido capaces de llegar a un consenso en la última cumbre del G7.

Da pena. Aún así, hemos de tener esperanza de que el Presidente, Donald Trump,  recapacite  y recuerde las palabras del Papa Francisco, en su última reunión en el Vaticano, donde la ecología y la paz han estado muy presentes a través de los regalos que se han intercambiado.

Desde luego, hoy más que nunca es fundamental entroncar posiciones, en la medida en que todos generamos pequeños daños ecológicos, y si en verdad queremos custodiar nuestro hábitat, hemos de trabajar unidos, jamás divididos.

 

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Los gobernantes han de saber, por mucho poder que aglutinen, que hay un unánime consenso científico a la hora de asegurar que nos hallamos ante un preocupante calentamiento del sistema climático.

Ante estas circunstancias, resulta verdaderamente frustrante la falta de conciencia y de sentido común, por permanecer pasivos, ante los cambios de estilo de vida, de producción y de consumo, que han de llevarse a buen término sin más demora, teniendo en cuenta la globalidad del problema.

Sin duda, hemos de ser más responsables todos, y el referente de los líderes, cuando menos debe ser más puente que muro, y ha de estar en mejor disposición a sacrificarlo todo por el bien colectivo, por la libertad de su pueblo.

Dicho esto, no podemos dejar de reconocer la intolerancia de muchos dirigentes, que en vez de promover actitudes de respeto y diálogo constructivo, injertan sectarismos y venganzas. Olvidan que lo que nos une es el camino de la vida, nuestra propia naturaleza humana, sin traicionar la propia identidad de cada cual.

 Para dolor de la humanidad, nos cohabitan verdaderos depredadores. De un tiempo a esta parte, es tan descarada nuestra actitud devastadora que miles de especies vegetales y animales ya no las podremos conocer más, ni podrán comunicarnos su propio abecedario inspirador. No tenemos misericordia.

La inhumanidad nos ha degradado tanto, que apenas ni vertemos una lágrima por nadie, es la cultura de las piedras de unos contra otros, quienes nos están ganando la batalla productiva de nuestro deterioro como nunca antes.

Lo cierto es que pensamos que lo sabemos todo; y, lo más importante, lo espiritual, apenas cuenta en nuestra existencia. El efecto de esta pérdida, es que nada nos mueve a ser solo una familia humana. Todo se ha devaluado, hasta el extremo de vivir en territorios en los que nadie considera a nadie; y, lo que es aún peor, no respondemos a la llamada de la naturaleza, como poetas en guardia que hemos de ser y convivir.

 Tampoco el deber de colaborar con los demás parece interesarnos, ni la degradación social parece importarnos. Egoístamente, cada día son más los que buscan su guarida ecológica, su playa azul, su monte verde, privatizando espacios que debieran ser públicos. El mundo de los privilegiados continúa siendo excluyente, enviando a polígonos menos cuidados y visibles, a los marginados de la sociedad. 

A pesar de estos desórdenes contra nuestra específica custodia natural, quiero creer que nunca es tarde para rectificar, aunque a poco que reflexionemos, nos damos cuenta de que somos una generación alocada, que se defrauda así misma, superando la realidad al universo creativo.

Este año, el Día Mundial del Medio Ambiente es una ocasión ideal para salir y disfrutar de la silvestre poética que nos circunda. Puede que las autoridades responsables de la gestión de los parques en algunos países sigan el ejemplo del Canadá y eliminen o reduzcan el precio de la entrada el día 5 de junio o durante un período más largo. Ojalá que lo hagan.

Y con la naturaleza de cerca, la humanidad en su conjunto, sueñe con ese otro mundo posible, en el que todo era poesía, música y silencio, soledad y compañía. Este es el anhelo del soñador que suscribe.

*El autor es escritor    / corcoba@telefonica.net

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