(LUNES 18 DE SEPTIEMBRE-EL JORNAL). En una jornada 10 caracterizada por auténticos golazos, también se dio una situación que se ha de desterrar del fútbol nacional: el exceso de quejas contra el arbitraje por parte de los entrenadores.
Nótese que aludo al exceso, no a la queja en sí, porque todos tenemos el derecho de quejarnos de una situación determinada. El asunto cambia cuando esa queja se convierte en una constante y en un disparadero de humo.
Puntarenas no perdió frente a la Liga porque no le pitaron un penal como dio a entender Diego Vázquez. En todo caso, la acción a la que alude no era penal ni en Costa Rica ni en la China. Justificar, entonces, un marcador por una acción lleva a distraer, a no ver el foco del problema en sí. Hay que trabajar y corregir más y dejar el verbo quejoso a un lado.
La crítica a Vázquez también procede con Geiner Segura, quien en las últimas jornadas ha hablado mucho de los árbitros. Mejore sus equipos, don Geiner, y los árbitros ni los verá pasar en el campo.
Luis Marín en su debut con San Carlos, en el Colleya Fonseca, contra Herediano, también dejó entrever que había sido perjudicado por los réferis.
Es un cuento de nunca acabar. El error arbitral es inherente al fútbol. Con VAR o sin él, el error siempre estará presente, no hay forma de erradicarlo, excepto que en un futuro piten robots debidamente programados; de lo contrario, es una aspiración inalcanzable.
Ante esta realidad, ¿cuál es, entonces, el camino más cercano? Mejorar a los equipos, pulir su funcionamiento, trabajar muchas horas el aspecto táctico, atender el psicológico y formar un grupo que se quiera dejar la vida por los objetivos trazados.
Reiterar, cada vez que se juega mal y se pierde, que es culpa de los árbitros trasluce una mentalidad mediocre y tercermundista.
Periodista, escritor y comentarista. Premio Nacional de Periodismo Pío Víquez. Esta columna se publica a diario en FXD y EL JORNAL